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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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dones para los huéspe<strong>de</strong>s. Una anciana echaba leña a un horno<br />

<strong>de</strong> tierra, sobre el que había una marmita <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra para<br />

cocinar al vapor.<br />

Mientras Musashi se sentaba en un banco, <strong>la</strong> mujer salió y<br />

le sirvió una taza <strong>de</strong> té tibio. Entonces él explicó por qué estaba<br />

allí y le tendió el recipiente.<br />

—¿Qué es esto? —dijo el<strong>la</strong>, mirándole dubitativa.<br />

Pensando que tal vez era sorda, Musashi repitió lentamente<br />

lo que le había dicho.<br />

—¿Leche dices? ¿Leche? ¿Para qué? —Todavía perpleja,<br />

<strong>la</strong> mujer se volvió hacia el interior <strong>de</strong> <strong>la</strong> casa y dijo—: Señor,<br />

¿pue<strong>de</strong>s venir aquí un momento? No sé a qué viene todo esto.<br />

—¿Qué? —Un hombre dobló sin prisas una esquina <strong>de</strong>l<br />

edificio y dijo—: ¿Cuál es el problema, señora?<br />

<strong>El</strong><strong>la</strong> le puso el recipiente en <strong>la</strong>s manos, pero el hombre ni <strong>la</strong><br />

miró ni oyó lo que le estaba diciendo. Tenía <strong>la</strong> mirada fija en<br />

Musashi y una expresión <strong>de</strong> incredulidad en el rostro.<br />

No menos asombrado, Musashi exc<strong>la</strong>mó:<br />

—¡Matahachi!<br />

—¡Takezo!<br />

Los dos echaron a correr y se <strong>de</strong>tuvieron poco antes <strong>de</strong> que<br />

chocaran. Cuando Musashi tendió los brazos, Matahachi hizo<br />

lo mismo, <strong>de</strong>jando caer el recipiente.<br />

—¿Cuántos años han pasado?<br />

—Des<strong>de</strong> <strong>la</strong> batal<strong>la</strong> <strong>de</strong> Sekigahara.<br />

—Entonces son...<br />

—Cinco años. Eso <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser. Ahora tengo veintidós.<br />

Mientras se abrazaban, el olor dulce <strong>de</strong> <strong>la</strong> leche que se alzaba<br />

<strong>de</strong>l recipiente roto les envolvía, evocando <strong>la</strong> época en que<br />

ambos fueron bebés <strong>de</strong> pecho.<br />

—Te has hecho muy famoso, Takezo, pero supongo que no<br />

<strong>de</strong>bería l<strong>la</strong>marte así. Te l<strong>la</strong>maré Musashi, como todo el mundo.<br />

He oído muchos re<strong>la</strong>tos <strong>de</strong> tu éxito junto al pino <strong>de</strong> ancha<br />

copa... y también sobre ciertas cosas que hiciste antes <strong>de</strong> eso.<br />

—No me azores. Todavía soy un aficionado. Pero el mundo<br />

está lleno <strong>de</strong> gente que no parece ser tan buena como yo.<br />

Dime, ¿te alojas aquí?<br />

—Sí, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace unos diez días. Partí <strong>de</strong> Kyoto con <strong>la</strong> i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> ir a Edo, pero surgió un imprevisto.<br />

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