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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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—Espera aquí. Voy a subir ahí y tumbarle. Ya verás.<br />

—¡Detente! —le gritó su madre, que estaba a horcajadas<br />

sobre <strong>la</strong> vaca—. Eso es lo malo <strong>de</strong> ti. Eres impaciente. Has <strong>de</strong><br />

apren<strong>de</strong>r a leer los pensamientos <strong>de</strong> tu enemigo antes <strong>de</strong> <strong>la</strong>nzarte<br />

al combate. Supon que te arrojara <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí una gran<br />

piedra. ¿Entonces qué?<br />

Musashi oía sus voces, pero <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras no le llegaban con<br />

c<strong>la</strong>ridad. Por lo que a él respectaba, ya había ganado, pues había<br />

comprendido cómo usaba Gonnosuke su bastón. Lo que le<br />

irritaba era <strong>la</strong> amargura <strong>de</strong> madre e hijo y su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> venganza.<br />

Si Gonnosuke volvía a per<strong>de</strong>r, se sentirían mucho más resentidos.<br />

Por su experiencia con <strong>la</strong> casa <strong>de</strong> Yoshioka, sabía que<br />

era una necedad trabar combates que conducían a una mayor<br />

hostilidad. Y luego estaba <strong>la</strong> madre <strong>de</strong> aquel hombre, en <strong>la</strong> que<br />

Musashi veía una segunda Osugi, una mujer que amaba a su<br />

hijo a ciegas y se sentiría eternamente agraviada por cualquiera<br />

que le hiciese daño^<br />

Musashi dio media vuelta y empezó a subir.<br />

—¡Espera!<br />

Inmovilizado por <strong>la</strong> fuerza <strong>de</strong> <strong>la</strong> voz <strong>de</strong> aquel<strong>la</strong> anciana,<br />

Musashi se <strong>de</strong>tuvo y giró sobre sus talones.<br />

La mujer <strong>de</strong>smontó y caminó hasta el pie <strong>de</strong>l risco. Cuando<br />

estuvo seguro <strong>de</strong> que él <strong>la</strong> escuchaba, se arrodilló, puso ambas<br />

manos en el suelo e hizo una profunda reverencia.<br />

—¡Buen samurai! —gritó—. Me avergüenza presentarme<br />

ante ti <strong>de</strong> esta manera. Estoy segura <strong>de</strong> que sólo sientes <strong>de</strong>sdén<br />

por mi testaru<strong>de</strong>z. Pero no actúo por odio, <strong>de</strong>specho o ma<strong>la</strong><br />

voluntad. Te pido que te apia<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mi hijo. Durante diez años<br />

ha practicado a so<strong>la</strong>s, sin maestros, sin amigos, sin adversarios<br />

realmente dignos. Te ruego que le <strong>de</strong>s otra lección en el arte <strong>de</strong><br />

<strong>la</strong> lucha.<br />

Musashi <strong>la</strong> escuchaba en silencio.<br />

—Sería un oprobio ver que nos abandonas así —siguió diciendo<br />

con una voz embargada por <strong>la</strong> emoción—. La actuación<br />

<strong>de</strong> mi hijo dos días atrás fue torpe. Si no hace algo para <strong>de</strong>mostrar<br />

su capacidad, ni él ni yo seremos capaces <strong>de</strong> enfrentarnos a<br />

nuestros antepasados. En estos momentos no es más que un<br />

campesino que ha perdido una pelea. Puesto que ha tenido <strong>la</strong><br />

buena suerte <strong>de</strong> conocer a un guerrero <strong>de</strong> tu categoría, sería<br />

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