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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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propio pueblo. Por culpa <strong>de</strong> el<strong>la</strong> se habían mofado <strong>de</strong> él y le<br />

habían vilipendiado en el Kiyomizu<strong>de</strong>ra. Una y otra vez Osugi<br />

le había echado <strong>la</strong> zancadil<strong>la</strong> y frustrado sus p<strong>la</strong>nes. Había habido<br />

ocasiones, como <strong>la</strong> noche anterior, en que <strong>la</strong> maldijo y<br />

cerca estuvo <strong>de</strong> ce<strong>de</strong>r al impulso <strong>de</strong> cortar<strong>la</strong> en dos <strong>de</strong> un tajo.<br />

Sin embargo, no se sentía capaz <strong>de</strong> ponerle <strong>la</strong> mano encima,<br />

sobre todo ahora, cuando estaba magul<strong>la</strong>da y <strong>de</strong>sprovista <strong>de</strong> su<br />

verborrea acostumbrada. Curiosamente, <strong>la</strong> inactividad <strong>de</strong> su<br />

lengua viperina le <strong>de</strong>primía, y ansiaba ver<strong>la</strong> sana <strong>de</strong> nuevo,<br />

aunque eso significara más molestias para él.<br />

—Montar así <strong>de</strong>be <strong>de</strong> ser bastante incómodo —le dijo—.<br />

Procura aguantar un poco más. Cuando lleguemos a Ótsu, ya<br />

se me ocurrirá algo.<br />

La panorámica al nor<strong>de</strong>ste era espléndida. <strong>El</strong> <strong>la</strong>go Biwa se<br />

extendía plácidamente <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ellos, el monte Ibuki estaba<br />

al otro <strong>la</strong>do y los picos <strong>de</strong> Echizen se alzaban a lo lejos. En <strong>la</strong><br />

oril<strong>la</strong> más próxima <strong>de</strong>l <strong>la</strong>go, Musashi podía distinguir cada una<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong>s famosas Ocho Vistas <strong>de</strong> Karasaki en el pueblo <strong>de</strong> Seta.<br />

—Descansemos un poco —dijo Musashi—. Te sentirás mejor<br />

si bajas y te tien<strong>de</strong>s durante unos minutos.<br />

Ató el animal a un árbol, cogió a <strong>la</strong> anciana en brazos y<br />

<strong>la</strong> bajó.<br />

De bruces en el suelo, Osugi apartó <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong> Musashi y<br />

soltó un gemido. Tenía el rostro febrilmente caliente y el cabello<br />

enmarañado.<br />

—¿No quieres un poco <strong>de</strong> agua? —le preguntó él, no por<br />

primera vez, al tiempo que le restregaba <strong>la</strong> espalda—. También<br />

<strong>de</strong>berías comer algo. —<strong>El</strong><strong>la</strong> sacudió <strong>la</strong> cabeza, testaruda—. No<br />

has tomado una gota <strong>de</strong> agua <strong>de</strong>s<strong>de</strong> anoche —añadió en tono<br />

suplicante—. Si sigues así, vas a empeorar. Quisiera encontrarte<br />

alguna medicina, pero por aquí no hay ninguna casa. Oye,<br />

¿por qué no tomas <strong>la</strong> mitad <strong>de</strong> mi comida?<br />

—¡Qué repugnante!<br />

—¿Cómo?<br />

—Preferiría morir en un campo y ser <strong>de</strong>vorada por los pájaros.<br />

¡Jamás caeré tan bajo como para aceptar comida <strong>de</strong> un<br />

enemigo! —Le apartó <strong>la</strong> mano <strong>de</strong> su espalda y aferró <strong>la</strong> hierba.<br />

Preguntándose si <strong>la</strong> mujer superaría alguna vez su malentendido<br />

básico, Musashi <strong>la</strong> trataba con <strong>la</strong> misma ternura que<br />

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