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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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sudor. <strong>El</strong> contacto <strong>de</strong> <strong>la</strong> prenda con su piel sería más grato que<br />

<strong>la</strong> fina seda prestada por <strong>la</strong> Ógiya. Aquél era sin duda el atuendo<br />

<strong>de</strong> un hombre <strong>de</strong>dicado seriamente al estudio <strong>de</strong> <strong>la</strong> esgrima.<br />

Musashi ni necesitaba ni quería nada mejor.<br />

Esperaba que oliera mal, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber permanecido<br />

varios días dob<strong>la</strong>do, pero al <strong>de</strong>slizar los brazos en <strong>la</strong>s mangas<br />

<strong>de</strong>scubrió que estaba limpio. Había sido <strong>la</strong>vado y los pliegues<br />

sobresalían con pulcritud. Supuso que Myoshü lo habría <strong>la</strong>vado<br />

personalmente y entonces experimentó el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> tener<br />

también una madre y pensó en <strong>la</strong> vida solitaria que le aguardaba,<br />

sin más parientes que su hermana, <strong>la</strong> cual vivía en unas<br />

montañas a <strong>la</strong>s que él no podía regresar. Permaneció un rato<br />

contemp<strong>la</strong>ndo el fuego.<br />

—Vamonos —dijo.<br />

Tensó el obi e introdujo su amada espada entre el cinto y<br />

sus costil<strong>la</strong>s. Al hacer eso, <strong>la</strong> sensación <strong>de</strong> soledad <strong>de</strong>sapareció<br />

con <strong>la</strong> misma brusquedad con que se había producido. Reflexionó<br />

en que aquel<strong>la</strong> espada tendría que encarnar a toda su<br />

familia. Eso era lo que se prometió a sí mismo años atrás, y así<br />

<strong>de</strong>bería ser.<br />

Jotaró ya estaba fuera, mirando <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s, pensando en<br />

que por muy tar<strong>de</strong> que llegaran a <strong>la</strong> casa <strong>de</strong>l señor Karasumaru,<br />

Otsü estaría <strong>de</strong>spierta.<br />

Pensó en <strong>la</strong> sorpresa que el<strong>la</strong> se llevaría y en que se sentiría<br />

tan feliz que probablemente volvería a llorar.<br />

—Oye, Jotaró —le dijo Musashi—. ¿Has entrado por <strong>la</strong><br />

puerta <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra que hay en <strong>la</strong> parte <strong>de</strong> atrás?<br />

—No sé si es <strong>la</strong> parte trasera... Es esa <strong>de</strong> ahí.<br />

—Pues ve ahí y espérame.<br />

—¿No vamos a ir juntos?<br />

—Sí, pero primero quiero <strong>de</strong>spedirme <strong>de</strong> Yoshino. No tardaré.<br />

—De acuerdo, estaré al <strong>la</strong>do <strong>de</strong> <strong>la</strong> puerta.<br />

Se sintió inquieto porque Musashi le abandonaba, aunque<br />

sólo fuese por unos instantes, pero aquel<strong>la</strong> noche habría hecho<br />

cualquier cosa que su maestro le pidiera.<br />

La Ógiya había sido un refugio, agradable pero sólo temporal.<br />

Musashi reflexionó en que estar apartado <strong>de</strong>l mundo exterior<br />

había sido beneficioso para él, pues hasta entonces su<br />

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