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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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<strong>de</strong> que provocaría <strong>la</strong> cólera <strong>de</strong> Osugi. Fue a buscar el farol y<br />

precedió a <strong>la</strong> anciana silenciosamente colina Sannen arriba. A<br />

pesar <strong>de</strong> <strong>la</strong> hostilidad que mostraba hacia el<strong>la</strong> <strong>la</strong> anciana, se<br />

sentía alegre, pues <strong>la</strong> carta tenía que ser <strong>de</strong> Matahachi y ello<br />

significaba que el problema que <strong>la</strong> había afligido durante tantos<br />

años se resolvería aquel<strong>la</strong> noche. «En cuanto hayamos arreg<strong>la</strong>do<br />

el asunto —se dijo—, iré a <strong>la</strong> casa <strong>de</strong> Karasumaru. Tengo<br />

que ver a Jótaró.»<br />

La ascensión no era fácil. Tenían que caminar con mucho<br />

cuidado para evitar <strong>la</strong>s piedras caídas y los numerosos baches<br />

<strong>de</strong>l camino.<br />

En el profundo silencio <strong>de</strong> <strong>la</strong> noche, el ruido <strong>de</strong> <strong>la</strong> cascada<br />

era más intenso que por el día.<br />

Al cabo <strong>de</strong> un rato, Osugi dijo:<br />

—Estoy segura <strong>de</strong> que éste es el lugar sagrado <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

montaña. Ah, aquí está el letrero: «Cerezo <strong>de</strong>l dios <strong>de</strong> <strong>la</strong> montaña».<br />

¡Matahachi! —gritó en <strong>la</strong> oscuridad—. ¡Estoy aquí, Matahachi!<br />

La voz temblorosa y el rostro <strong>de</strong>sbordante <strong>de</strong> afecto maternal<br />

fueron una reve<strong>la</strong>ción para Otsü. Nunca había esperado<br />

ver a Osugi llena <strong>de</strong> preocupación por su hijo.<br />

—¡No <strong>de</strong>jes que se apague el farol! —le dijo bruscamente <strong>la</strong><br />

anciana.<br />

—Tendré cuidado —respondió Otsü en tono obediente.<br />

La anciana gruñó entre dientes.<br />

—No está aquí, es evi<strong>de</strong>nte que no está aquí. —Había hecho<br />

un recorrido <strong>de</strong> inspección por los alre<strong>de</strong>dores <strong>de</strong>l templo,<br />

pero hizo otro—. En <strong>la</strong> carta <strong>de</strong>cía que <strong>de</strong>bía ir a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> <strong>de</strong>l dios<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> montaña.<br />

—¿Decía esta noche?<br />

—No <strong>de</strong>cía esta noche ni mañana ni ninguna fecha en particu<strong>la</strong>r.<br />

Me pregunto si alguna vez llegará a ser adulto. No entiendo<br />

por qué no podía ir a <strong>la</strong> posada, pero es posible que se<br />

sienta violento por lo ocurrido en Osaka.<br />

Otsü le tiró <strong>de</strong> <strong>la</strong> manga.<br />

—¡Chiss! Ése podría ser él. Alguien está subiendo <strong>la</strong><br />

cuesta.<br />

—¿Eres tú, hijo? —preguntó Osugi.<br />

<strong>El</strong> hombre pasó por su <strong>la</strong>do sin mirar<strong>la</strong>s siquiera y se dirigió<br />

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