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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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sólo sea una mujer, en cuanto vea <strong>la</strong> hoja <strong>de</strong> tu espada se resistirá.<br />

—Deja <strong>de</strong> preocuparte. No hay nada que temer.<br />

Fortaleciendo su ánimo, Matahachi partió cuesta abajo, seguido<br />

por su madre, cuyo rostro reflejaba <strong>la</strong> inquietud que<br />

sentía.<br />

—¡Recuerda que no <strong>de</strong>bes bajar <strong>la</strong> guardia! —le dijo.<br />

—¿Todavía me estás siguiendo? Creí que ibas a permanecer<br />

oculta.<br />

—Chirimazuka está bastante más abajo.<br />

—¡Ya lo sé, madre! Si insistes en ir, ve tu so<strong>la</strong>. Yo me quedaré<br />

aquí y te esperaré.<br />

—¿Por qué vaci<strong>la</strong>s?<br />

—Es un ser humano. No me resulta fácil atacar<strong>la</strong> teniendo<br />

<strong>la</strong> sensación <strong>de</strong> que es como matar a un gatito inocente.<br />

—Te comprendo. Por muy infiel que haya sido, era tu prometida.<br />

De acuerdo, si no quieres que mire, ve tú solo. Me quedaré<br />

aquí.<br />

Matahachi se marchó en silencio.<br />

Al principio Otsu había pensado en huir, pero si hacía tal<br />

cosa, toda <strong>la</strong> paciencia <strong>de</strong> que había hecho ga<strong>la</strong> en los últimos<br />

veinte días no serviría <strong>de</strong> nada, y <strong>de</strong>cidió aguantar un poco más.<br />

Para pasar el tiempo pensó en Musashi y luego en Jotaró. Su<br />

amor por Musashi hacía que millones <strong>de</strong> estrel<strong>la</strong>s <strong>de</strong>stel<strong>la</strong>ran en<br />

su corazón. Como si estuviera soñando, contó <strong>la</strong>s muchas esperanzas<br />

que había puesto en el futuro y recordó <strong>la</strong>s promesas que<br />

él le había hecho, tanto en el puerto <strong>de</strong> montaña <strong>de</strong> Nakayama<br />

como en el puente Hanada. Creía con todo su corazón que, por<br />

muchos años que pasaran, al final él no <strong>la</strong> abandonaría.<br />

Entonces <strong>la</strong> imagen <strong>de</strong> Akemi apareció para atormentar<strong>la</strong>,<br />

ensombreciendo sus esperanzas y haciendo que se sintiera inquieta,<br />

pero sólo por un momento. Los temores que le inspiraba<br />

Akemi eran insignificantes en comparación con <strong>la</strong> ilimitada<br />

confianza que tenía en Musashi. Recordó también lo que le<br />

había dicho Takuan, que era digna <strong>de</strong> lástima, pero eso no tenía<br />

sentido. ¿Cómo podía el monje consi<strong>de</strong>rar bajo esa luz el<br />

júbilo que el<strong>la</strong> sentía y que se perpetuaba a sí mismo?<br />

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