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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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maestro principal <strong>de</strong>l estilo <strong>de</strong> Kyoto. Era <strong>de</strong>masiado esbelto,<br />

suave y caballeroso para ser un gran espadachín.<br />

Tras el intercambio <strong>de</strong> saludos, Musashi se sintió incómodo<br />

y se dijo que nunca <strong>de</strong>bería haber buscado aquel<strong>la</strong> pelea.<br />

Lo <strong>la</strong>mentaba sinceramente, pues su propósito era el <strong>de</strong> enfrentarse<br />

siempre a adversarios mejores que él. Una mirada<br />

<strong>de</strong>tenida fue suficiente para convencerse <strong>de</strong> que no había tenido<br />

necesidad <strong>de</strong> prepararse durante un año para aquel combate.<br />

Los ojos <strong>de</strong> Seijüró reve<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> falta <strong>de</strong> confianza en sí<br />

mismo. Estaba ausente el fuego necesario, no sólo en <strong>la</strong> expresión<br />

<strong>de</strong> su rostro sino en sus a<strong>de</strong>manes y en <strong>la</strong> actitud general<br />

<strong>de</strong> su cuerpo.<br />

«¿Por qué ha venido aquí esta mañana si tiene tan poca fe<br />

en sí mismo?», se preguntó Musashi, pero también era consciente<br />

<strong>de</strong> <strong>la</strong> apurada situación en que se encontraba su adversario<br />

y simpatizaba con él. Seijüró no podía cance<strong>la</strong>r el combate<br />

aunque lo <strong>de</strong>seara. Los discípulos que había heredado <strong>de</strong> su<br />

padre le consi<strong>de</strong>raban su mentor y guía. No tenía más elección<br />

que avenirse a cumplir con lo que se esperaba <strong>de</strong> él. Mientras<br />

los dos hombres se aprestaban al combate, Musashi trató <strong>de</strong><br />

encontrar una excusa para no seguir a<strong>de</strong><strong>la</strong>nte, pero no se presentó<br />

<strong>la</strong> oportunidad.<br />

Ahora que todo había terminado, Musashi se dijo: «¡Qué<br />

gran lástima! Ojalá no hubiera tenido que hacerlo». Y oró en<br />

su corazón por Seijüró, para que <strong>la</strong> herida sanara pronto.<br />

Pero su misión había terminado, y no era propio <strong>de</strong> un guerrero<br />

maduro sentirse <strong>de</strong>primido por cosas pasadas.<br />

Acababa <strong>de</strong> apretar el paso cuando <strong>la</strong> cara asombrada <strong>de</strong><br />

una anciana apareció por ei cima <strong>de</strong> una pequeña extensión<br />

<strong>de</strong> hierba. Había estado escarbando en el suelo, al parecer en<br />

busca <strong>de</strong> algo, y el sonido <strong>de</strong> <strong>la</strong>s pisadas <strong>de</strong> Musashi <strong>la</strong> había<br />

sobresaltado. Vestía un sencillo kimono <strong>de</strong> color c<strong>la</strong>ro, y habría<br />

sido casi indistinguible <strong>de</strong> <strong>la</strong> hierba a no ser por el cordón<br />

violeta que le sujetaba el manto. Aunque sus ropas eran <strong>de</strong><br />

lega, el cabello que cubría su cabeza redonda era <strong>de</strong> monja.<br />

Era menuda y <strong>de</strong> aspecto refinado.<br />

Musashi estaba tan sorprendido como <strong>la</strong> mujer. Otros tres<br />

o cuatro pasos y podría haber<strong>la</strong> pisoteado.<br />

—¿Qué estás buscando? —le preguntó afablemente Mu-<br />

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