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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Regresó nerviosa a <strong>la</strong> choza, pero allí no había más que una<br />

b<strong>la</strong>nca y fría nieb<strong>la</strong> y el estruendo <strong>de</strong>l agua que parecía sacudir<br />

los árboles y provocar vibraciones a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

—¡Otsü! ¡Ha sucedido algo terrible! ¡Musashi se ha arrojado<br />

al agua!<br />

<strong>El</strong> grito frenético <strong>de</strong> Jótaró llegó <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un promontorio<br />

que daba a <strong>la</strong> rebalsa, sólo un segundo <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> que se agarrase<br />

a una enreda<strong>de</strong>ra <strong>de</strong> glicinas y empezara a bajar, ba<strong>la</strong>nceándose<br />

<strong>de</strong> rama en rama como un mono.<br />

Aunque Otsü no había entendido sus pa<strong>la</strong>bras, notó el<br />

apremio en su voz. Alzó <strong>la</strong> cabeza a<strong>la</strong>rmada y empezó a bajar<br />

por el empinado sen<strong>de</strong>ro. Era resba<strong>la</strong>dizo, pues estaba cubierto<br />

<strong>de</strong> musgo, y <strong>la</strong> joven se aferraba a <strong>la</strong>s rocas para<br />

no caer.<br />

La figura apenas visible entre <strong>la</strong> espuma <strong>de</strong>l agua y <strong>la</strong> nieb<strong>la</strong><br />

parecía una gran roca, pero en realidad era el cuerpo <strong>de</strong>snudo<br />

<strong>de</strong> Musashi. Había juntado <strong>la</strong>s manos ante su rostro e inclinado<br />

<strong>la</strong> cabeza. La cascada que caía sobre él <strong>de</strong>s<strong>de</strong> cincuenta pies <strong>de</strong><br />

altura le empequeñecía.<br />

A medio camino, Otsü se <strong>de</strong>tuvo y le miró horrorizada. Al<br />

otro <strong>la</strong>do <strong>de</strong>l río, Jótaró permanecía tan atónito como el<strong>la</strong>.<br />

—Sensei! —gritó.<br />

—¡Musashi!<br />

Sus gritos no llegaron a oídos <strong>de</strong> Musashi. Era como si mil<br />

dragones <strong>de</strong> p<strong>la</strong>ta le mordieran <strong>la</strong> cabeza y los hombros, como<br />

si los ojos <strong>de</strong> mil <strong>de</strong>monios acuáticos estal<strong>la</strong>ran a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

Traicioneros remolinos le tiraban <strong>de</strong> <strong>la</strong>s piernas, dispuestos a<br />

arrastrarle a <strong>la</strong> muerte. Un falso ritmo en <strong>la</strong> respiración, un<br />

salto en los <strong>la</strong>tidos <strong>de</strong> su corazón, y sus talones per<strong>de</strong>rían el<br />

tenue contacto con el fondo cubierto <strong>de</strong> algas, su cuerpo sería<br />

engullido por una violenta corriente contra <strong>la</strong> que le sería imposible<br />

nadar. Los pulmones y el corazón parecían ce<strong>de</strong>r bajo<br />

el peso incalcu<strong>la</strong>ble, <strong>la</strong> masa total <strong>de</strong> <strong>la</strong>s montañas Magone,<br />

que caía sobre él.<br />

Su <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Otsü se extinguió <strong>de</strong> muerte lenta, pues era<br />

muy afín al temperamento impetuoso sin el cual Musashi nunca<br />

habría ido a Sekihagara ni llevado a cabo ninguna <strong>de</strong> sus<br />

extraordinarias hazañas. Pero el peligro real estribaba en el hecho<br />

<strong>de</strong> que, hasta cierto punto, su adiestramiento durante tan-<br />

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