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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Musashi le miró boquiabierto. Deslizándose fuera <strong>de</strong>l cojín,<br />

apoyó ambas manos en el suelo e hizo una profunda reverencia.<br />

—¡Cuánto tiempo ha pasado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> <strong>la</strong> última vez que nos<br />

vimos!<br />

Takuan alzó <strong>de</strong>l suelo <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong> Musashi.<br />

—Éste es un lugar para divertirse y re<strong>la</strong>jarse, no son necesarios<br />

los saludos formales... Me han dicho que Kóetsu también<br />

estaba aquí, pero no le veo.<br />

—¿Adon<strong>de</strong> crees que pue<strong>de</strong> haber ido?<br />

—Busquémosle. Tengo que hab<strong>la</strong>r contigo en privado <strong>de</strong><br />

una serie <strong>de</strong> cosas, pero pue<strong>de</strong>n esperar a una ocasión más<br />

apropiada.<br />

Takuan abrió <strong>la</strong> puerta que daba a <strong>la</strong> habitación contigua.<br />

Allí, con los pies en el kotatsu cubierto y tapado con un edredón,<br />

yacía Koetsu, separado <strong>de</strong>l resto <strong>de</strong> <strong>la</strong> estancia por un pequeño<br />

biombo dorado. Dormía apaciblemente, y Takuan no se<br />

atrevió a <strong>de</strong>spertarle.<br />

Por fin el durmiente abrió los ojos. Miró con fijeza un momento<br />

el rostro <strong>de</strong>l sacerdote y luego el <strong>de</strong> Musashi, sin compren<strong>de</strong>r<br />

qué hacían allí.<br />

Después <strong>de</strong> que le hubieran explicado <strong>la</strong> situación, Kóetsu<br />

les dijo:<br />

—Si sólo estáis tú y Mitsuhiro en <strong>la</strong> otra habitación, no tengo<br />

inconveniente en ir ahí.<br />

Tras haber llegado a <strong>la</strong> conclusión <strong>de</strong> que ninguno era el<br />

ganador, Mitsuhiro y Shóyú se habían sumido en <strong>la</strong> me<strong>la</strong>ncolía.<br />

Habían alcanzado <strong>la</strong> etapa en que el sake empieza a saber<br />

amargo, los <strong>la</strong>bios están resecos y un sorbo <strong>de</strong> agua hace pensar<br />

en el hogar. Aquel<strong>la</strong> noche los efectos secundarios eran<br />

peores, pues Yoshino les había abandonado.<br />

—¿Por qué no nos vamos todos a casa? —sugirió alguien.<br />

—Sí, podríamos irnos —convinieron los <strong>de</strong>más.<br />

Aunque no estaban realmente <strong>de</strong>seosos <strong>de</strong> marcharse, temían<br />

que si se quedaban más tiempo, se <strong>de</strong>svanecería por completo<br />

<strong>la</strong> dulzura <strong>de</strong> <strong>la</strong> ve<strong>la</strong>da, pero cuando se levantaban para<br />

salir, llegó Rin'ya corriendo en compañía <strong>de</strong> dos niñas más pequeñas.<br />

Rin'ya cogió <strong>la</strong>s manos <strong>de</strong>l señor Kangan y le dijo:<br />

—Perdonadnos por haberos hecho esperar. No os mar-<br />

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