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Eiji Yoshikawa MUSASHI 3. El Camino de la Espada

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Una espada corta se dirigió hacia el cuello <strong>de</strong> Musashi, pero<br />

el arma cayó a un <strong>la</strong>do mientras <strong>la</strong> negra forma vo<strong>la</strong>ba hacia<br />

atrás y aterrizaba con estrépito contra <strong>la</strong> shoji. <strong>El</strong> intruso emitió<br />

un sonoro quejido antes <strong>de</strong> caer, junto con <strong>la</strong> puerta <strong>de</strong>slizante,<br />

a <strong>la</strong> oscuridad exterior.<br />

En el instante en que Musashi <strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó, cruzó por su mente<br />

que <strong>la</strong> persona que tenía en sus manos era ligera como un gatito.<br />

Aunque ocultaba el rostro bajo una te<strong>la</strong>, él creyó tener un<br />

atisbo <strong>de</strong> cabello b<strong>la</strong>nco. Sin <strong>de</strong>tenerse a analizar esas impresiones,<br />

cogió su espada y salió corriendo a <strong>la</strong> terraza.<br />

—¡Detente! —gritó—. ¡Puesto que te has tomado <strong>la</strong> molestia<br />

<strong>de</strong> venir hasta aquí, dame una oportunidad <strong>de</strong> saludarte<br />

como es <strong>de</strong>bido!<br />

Saltó al suelo y corrió velozmente hacia el sonido <strong>de</strong> los<br />

pasos en retirada. Pero no puso mucho empeño en <strong>la</strong> persecución.<br />

Al cabo <strong>de</strong> unos instantes, se <strong>de</strong>tuvo y observó divertido a<br />

unos sacerdotes que <strong>de</strong>saparecían en <strong>la</strong> oscuridad.<br />

Osugi, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l aterrizaje que le había <strong>de</strong>scoyuntado los<br />

huesos, estaba tendida en el suelo, gimiendo <strong>de</strong> dolor.<br />

—¡Vaya, abue<strong>la</strong>, si eres tú! —exc<strong>la</strong>mó, sorprendido al ver<br />

que su atacante no era ni un hombre <strong>de</strong> Yoshioka ni uno <strong>de</strong> los<br />

sacerdotes airados. Ro<strong>de</strong>ó a <strong>la</strong> anciana con un brazo y <strong>la</strong> ayudó<br />

a levantarse—. Ahora empiezo a compren<strong>de</strong>r —le dijo—. Eres<br />

tú quien ha contado a los sacerdotes un montón <strong>de</strong> chismes<br />

sobre mí, ¿no es cierto? Y supongo que, como se lo <strong>de</strong>cía una<br />

vieja dama valiente y honrada, se han creído hasta <strong>la</strong> última<br />

pa<strong>la</strong>bra.<br />

—¡ Ah, me duele <strong>la</strong> espalda! —Osugi ni confirmó ni negó su<br />

acusación. Se retorció un poco, pero le faltaba fuerza para oponer<br />

mucha resistencia. Le dijo con voz débil—: Musashi, ya que<br />

hemos llegado a esto, no sirve <strong>de</strong> nada preocuparse por lo que<br />

está bien y lo que está mal. La Casa <strong>de</strong> Hon'i<strong>de</strong>n ha sido<br />

<strong>de</strong>safortunada en <strong>la</strong> guerra, así que córtame ahora mismo <strong>la</strong><br />

cabeza.<br />

Musashi pensó que probablemente esa actitud no era sólo<br />

dramática. Aquél<strong>la</strong>s parecían <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras sinceras <strong>de</strong> una mujer<br />

que había llegado tan lejos como le era posible y quería<br />

terminar <strong>de</strong> una vez.<br />

—¿Estás mal? —le preguntó, negándose a tomar<strong>la</strong> en se-<br />

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