XXVI Congreso Internacional de Americanistas

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un Continente: ¿ qué más da? Lo que ~e aprende es, en un caso o en otro,
la misma lección, profunda y eterna, tocada del acento de Dios. La lección
misteriosamente vaga y tremendamente concreta "del pasado", donde
está la clave de todos los preserttes y la de los más inverosímiles futuros.
Por eso compare a los SJbios que hoy, en S evilla, vienen a rebuscar
en los archivos americanos con los sabios que ayer se agolpaban en Toledo
para bucear en los a nales del arte de curar,que oon anales del dolor
humano y, por tanto, historia directa de la carne viva de la misma humanidad.
Pensad en la impotencia que representa este reiterado afán en hombres
tan distintos, de todas las procedencias espirituaks, reunidos en España
desde los mundos más remotos. Alojo superficial de alg unos pare­
Cerán estos hombres gentes distraídas que se entretienen en soñar cuando
la realidad invita y casi oblig~ a vivir, y a vivir entrañablemente, con ardor
de soldados de la primera línea. Pero no sueñan, no. Están, por el
contrario, más cerca del alma viva ele hoy que los mismos actores que
rcpres: ntan el gran clrama de la actualidad.
y si redoblan su atención hacia el pasado, es por lo mismo que el
presente se ofrece a la humanidad duro y acórbo.
No caigilmos, después de haberlo criticado, en el tópico ~ empi : eroo
de creer que nuestras horas son las más azarosas que la Historia ha conocido.
Hoy sufrimos como antes .Y como siempre, porque el hombre
debe sufrir para vivir y progresar, aun cuando este dolor es y será, porque
Dios así lo quiere, cada vez más aliviado por las manos mágicas del
progreso. J\I'Ia~ es indudable que en el avance inexorable de los mundos
hay momentos y períodos de distinta magnitud dramática. En unos, la
vida paree..: que simplemente se desliza. En otros, se encrespa y cambia
de rumbo y de signo civilizador. Que vivimos ahora en uno de estos últimos
periodos de crisis no es ilusión engreída de los hombres de hoy, sino
comprobab:e realidad; y para los hombres no pusilánimes, para los de
profundo se ntido humano, una admirable realidad.
Pues bien, es entonces cuando el río de la Historia salta de su cauce
ancho y sereno y se precipita en cascadas hirvientes y tonantes desde
una a otra edad; entonces, cuando son todos los hombres, sin opción, beli
gerantes obligados del inmenso suceso cósmico: entonces es cuando el
gesto del historiador, sordo y como lunático al estrépito que le rodea, adquiere
su eficacia trascendental de clarificador de 10 turbio, de esquematizador
del preoente y de exacto visionario del porvenir.
?\fo en vano, por ello, los graneles historiadores del pasado nacieron
con frecuencia en épocas de turbulencia, que parecían invitar a la lucha
directa y no a la meditación. y ahora el fenómeno se repite. Todo tiene,
pues, aquí y en todos los ámbitos de la vida caudalosa de los hombres,
su perfecto sentido. Porque la verdad pasa desde unas mentes a otras y
rebota en los mismos escenarios de donde partió su primer impulso, a ve­