XXVI Congreso Internacional de Americanistas

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ducción castellana de Polo, hecha por Fernández de Santaella a principios del
De los enviados que recuerda Polo en su Milione y aquellos otros de que hacen
memoria Pío n y Poggio, el fraguador de la epístola hizo una desconcertante
mescolanza que, con razón, puso en trance de devanarse el seso a cuantos se le
animaron al enredo. Pero ante las revelaciones que anteceden, ya no hay nada que
pesquisar, puesto que el pasaje analizado ofrece otra prueba categórica del fraude.
Lo asevero porque, en verdad, el solo texto de Marco Polo no bastaría para
hacer la luz que se persigue. En efecto : lo que el viaj ero veneciano dice redúcese
a una información muy escueta acerca del pedido que el príncipe Cublai (o Kubilai)
formulara a los hermanos Polo, en el sentido de que se interesaran ante el
Papa para que éste enviara seis hombres sabios que convencieran a los idólatras
de cómo la ley cristiana era la mejor, y para lograr lo cual confirióles el cargo
de embajadores en unión de un barón de su corte, que debía acompañarlos en
todo el negociado. Del texto de Polo resulta que, tal como se afirma en la misiva,
los legados cumplieron su cometido, aunque fracasaron en su propósito de
llevar misioneros, pero nada más. Todo lo otro que la epístola contiene no está
en Polo, pero sí en el relato de Poggio y en la Historia rerum de Pío n y, pa"ra
remate de la denuncia, con unas acotaciones marginales que nos abren las puertas
de la revelación. Nadie que con rectitud de espíritu y sin preocupación de band~ría
haga los cotej os que señalo podrá negar que el origen cierto de esta parte
de la epístola toscanelliana es aquel que indico: una intencionada mescolanza de
datos de Marco Polo, Poggio y de Pío n, destinada, a la postre, al objetivo que
persigue todo el fraguado documento. La prueba está a la vista. De los lugares
que señalo, y en todos los cuales se hace memoria de los embajadores llegados a
Europa desde el Oriente durante el siglo XIII, que, como lo ha documentado Soranzo,
fué un "siglo de penetración occidental en Asia", el fraguador tomó el
recuerdo, que enlazó a otros de dos siglos más tarde, e hizo con la suma de
todo ello el desazonante frangollo qu e acabamos de ver. Esto es de una evidencia
meridiana. Para dar remate a cuanto se vincula a este t~ma en la historia del
descubrimiento sóio falta hacer luz sobre un detalle que podría dar asidero a la
alusión que a las cm baj adas que nos ocupan hizo el mismo Almirante en su carta
del 7 de Julio de 1503, fechada en Jamaica. El texto dice así:
El Emperador del Catayo ha días q~,e mandó sabios que le enseñasen en /a fe
de Crüto. Ahora bien: ¿ ele dónde procede la noticia de que Colón tenía tratos entre
el Oriente y el Occidente? La respuesta no es difícil : de la información de Marco
Polo y de las ya conocidas de Pío 11 De la Historia l'erum de este último autor
debía llevar a bGrrlo un ejemplar, o tener apuntamientos. porque a sus datos se
refiere, cabalmente. en la citada carta de 1503, aseverando que: La gente de que
escribe el Pa/Ya Píl) . seq lín el sitin y señas, se ha hallado. m.as 110 los caballos. pretales
y frenos de nrn . Cae de ' u peso que la verificación de este hecho no invalida la
afirmación de que las fuentes de la supuesta carta de Torcanelli sean las que
tengo precisamente se iíaladas. Colón pudo saber, y supo, algo de los tratos entre
los magnates orientales y los de Occidente, y su conocimiento es de poco trabajosa
identificación. Pero de tal hecho nada se desprende en favor de la autenticidad
de la célebre epístola. Entre lo que el Almirante escribe y lo que contienen los
autores que reputo informantes suyos hay diferencias bien visibles, por lo menos
de forma. En cambio, la identidad es absoluta en el otro caso. La epístola, como
está ya asentado y ah0fa reafirmo, es un frangollo realizado con textos indivi·
dualizabJes y en el que la intención dolosa se escapa por las rendijas que deja la
incompetencia o el descuido del fraguador. El recuerdo que hace Colón, por otra
parte, es lógico y se acomoda a los hechos comprobados; y las afirmaciones de la