XXVI Congreso Internacional de Americanistas

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lar; pero que estaban muy lejos de la palpitante realidad de la vida
americana. Quien tratare de dar idea de la condición de los indios durante
·el período colonial de México basándose en 10 que está mandado en las
Leyes de Indias, escribiría un verdadero rel ato fantástico. Con los documentos
a la vista, caería en el más lamentable extravío, porque frecuentemente
se hacía 10 contrario de 10 que allí se mandaba.
El grado de inobservancia de las Leyes de Indias es algo que corre
parejas con la distancia de los territorios en los que iban a ser aplicadas;
ésta es una verdad aceptada por los especialistas y por los aficionados
a estudios históricos; a veces hasta se reconoce por los mismos que las
expidieron. Bastará citar algunas opiniones de tratadistas y de observadores
para que se juzgue la magnitud y la trascendencia de las infracciones.
Akalá Zamora asienta en su estudio titulado R eflexiones sobre las Le­
:yes de Indias, 10 siguiente: "AqueJ1a política de protección a los indios
\:s un principio, pero no siempre fué una realidad; la áspera rudeza
de ésta permit,e en la inmensidad distante, poblada o desierta, pero nunca
vigilada directamente, la magnitud de los abusos, de que son reflejo,
por contragolpe, las disposiciones legislativas." Esto por lo que se refiere
a un comentario jurídico él distancia; en el propio terreno y en diversas
épocas de la colonia de sc ubrimos la más amplia confirmación de esta
tesis.
En el siglo XVI no son sola mente las que.jas de Las Casas las que motivan
la expedición ele las nuevas Leyes de Indias en 1562; había, además,
comunicados y demlnc;as públicas o secretas de una elocuencia persuasiva.
El tremendo mem ,.Ti?1 de los caciques dirigido a Felipe I1 en 1570
es un documento que sobncoge el ánimo, despertando piedad o indignación.
La Real Cédula de Felipe II, de 1581, enviada a la Real Audiencia
de Guadalajara, que parece una respuesta a la queja de los caciques, contiene
a lusiones a la despoblación, malos tratos, excesos de tributos y
horrores de esclaútud que padecían los indios. Sería interminable seguir
la pista de tales pruebas a través de toda la época colonial; basta apuntar
las del principio y las del fin, ya que en el espacio de tres siglos los
hechos fueron idénticos o semejantes.
El benemérito Obispo de Michoacán, Fray Antonio de San Miguel,
escribía un informe a fines del siglo XVIII, pocos años antes de que estallara
el movimiento de 111(\ pendencia: "La población de la Nueva España
se compone de tres clases de hombres : de blancos o españoles, de
. indios y de castas. Yo considero que los españoles componen la décima
parte de la masa total. Casi todas las propiedades y riquezas del reino
están en sus manos. Los indios y castas cultivan la tierra, sirven a la
gente acomodada y sólo viven del trabajo de sus brazos. De ello resulta