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Propedeutica y Semiologia tomo I

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PROPEDÉUTICA CLÍNICA Y SEMIOLOGÍA MÉDICA<br />

SECCIÓN II<br />

Entre los sufijos más usados están: itis, que significa<br />

inflamación (peritonitis, pleuritis, artritis, etc.); oma, que<br />

corresponde a tumor (epitelioma, sarcoma, hipernefroma,<br />

etcétera.); ectasia, que indica dilatación (gastroectasia,<br />

tifloectasia, bronquiectasia); cele, que significa hernia<br />

(meningocele, enterocele); ragia, que expresa pérdida de<br />

sangre (hemorragia, gastrorragia, enterorragia,<br />

estomatorragia); rea, que corresponde a flujo (sialorrea,<br />

gonorrea); algia y odinia, que traducen la existencia de<br />

dolor (gastralgia, apendicalgia, pleurodinia); plejía, que<br />

significa parálisis (monoplejía, hemiplejía, paraplejía);<br />

oide, que indica semejanza (diabetoide, leucemoide);<br />

ismo, que indica también parecido (meningismo, peritonismo).<br />

Entre los prefijos podemos mencionar: pseudo, que<br />

expresa la idea de falsedad (pseudotabes, pseudooclusión<br />

intestinal, pseudoapendicitis); peri, que significa alrededor<br />

(periartritis, peribronquitis, pericolecistitis, perigastritis),<br />

y para, que significa más allá de (parafimosis,<br />

parafrenia).<br />

Es indiscutible la utilidad de una regulación del lenguaje<br />

patológico. Si por una parte las ventajas de una<br />

nomenclatura patológica bien reglada saltan a la vista,<br />

por la otra, la experiencia adquirida con algunos esfuerzos<br />

realizados con ese fin indica que los defectos actuales<br />

constituyen un mal mucho menor que el que se produciría<br />

tratando de sustituir las denominaciones clásicas.<br />

Además, siempre sería un grave obstáculo en el caso de<br />

reglamentar la terminología patológica, el desconocimiento<br />

que todavía existe de la naturaleza y de las causas de<br />

muchas enfermedades.<br />

ENFERMEDAD<br />

Múltiples definiciones tanto complejas como incompletas,<br />

han sido propuestas para la enfermedad. Con Novoa<br />

Santos estimamos que es más fácil llegar a este concepto<br />

partiendo de los fenómenos que tienen lugar en el estado<br />

de salud.<br />

El hombre –como los animales– puede concebirse<br />

como un sistema que entraña una serie de posibilidades<br />

reaccionales. Es capaz de reaccionar a los más variados<br />

y nuevos estímulos, en lo que se diferencia esencialmente<br />

de un autómata, cuyas respuestas están predeterminadas.<br />

Estas posibilidades reaccionales de que está dotado el<br />

organismo le confieren, sin duda, una capacidad de adaptación,<br />

ejercida esencialmente por el sistema nervioso y<br />

el metabolismo celular. La capacidad de adaptación permite<br />

que las actividades fisiológicas del organismo sano<br />

puedan oscilar dentro de límites bastante amplios, como<br />

se prueba por el hecho de que puedan hacer frente, en<br />

cierta magnitud, a las más variadas exigencias de trabajo<br />

y vivir en medio de las continuas variaciones del ambiente<br />

exterior, sin que se rompa “ese estado particular<br />

de equilibrio” que designamos comúnmente con las expresiones:<br />

estado de salud, sanidad o estado hígido.<br />

El estado de salud se acompaña, pues, de una serie de<br />

oscilaciones funcionales que llamamos fenómenos fisiológicos<br />

y, subjetivamente, se traduce por un sentimiento<br />

general de bienestar, el sentimiento de salud, o euforia.<br />

Como se comprende, la capacidad de adaptación del<br />

organismo es restringida y su acomodo a los distintos<br />

estímulos y circunstancias que confronta está limitado<br />

por aquella restricción.<br />

Cuando las nuevas condiciones a que se encuentra sometido<br />

el organismo traspasen los límites compatibles<br />

con el mantenimiento del estado fisiológico, sobrevendrán<br />

perturbaciones funcionales y orgánicas expresivas<br />

de un particular estado de inadaptación que constituye la<br />

enfermedad.<br />

La enfermedad, por lo tanto, debe ser considerada como<br />

un proceso que traduce la falta de adaptación del organismo<br />

a los más variados agentes morbosos (del latín,<br />

morbus: enfermedad).<br />

Así como el estado de salud se traduce por una serie<br />

de fenómenos fisiológicos y una sensación subjetiva de<br />

bienestar o salud, la enfermedad se manifiesta por la aparición<br />

de una serie de fenómenos anormales, ya susceptibles<br />

de ser recogidos por el observador, ya solo accesibles<br />

al examen del propio enfermo, quien puede<br />

experimentar sensaciones, de índole muy diversa, que le<br />

indican su enfermedad, integrando un sentimiento de enfermedad<br />

exactamente opuesto al sentimiento de salud al<br />

que aludimos antes.<br />

SÍNTOMAS<br />

A estos fenómenos patológicos, objetivos o subjetivos,<br />

que acompañan a la enfermedad, que “caen con” la enfermedad,<br />

se les llaman síntomas (del griego, symptoma,<br />

del verbo sympipto: caer con, caer junto con otro).<br />

Síntomas son, pues, los fenómenos de la enfermedad,<br />

sus manifestaciones ostensibles, sus formas expresivas,<br />

como los llamaba Letamendi, al decir de Galeno, siguiendo<br />

como sombras a la enfermedad.<br />

Los síntomas accesibles tan solo al examen introspectivo<br />

del enfermo, se llaman síntomas subjetivos; en tanto<br />

que los que pueden encontrarse por la observación médica<br />

reciben el nombre de síntomas objetivos.<br />

Debemos advertir, ahora, que si los síntomas son los<br />

signos más importantes reveladores de la enfermedad,<br />

no son sin embargo los únicos, porque signos son también,<br />

por ejemplo, la causa o el curso de la enfermedad,<br />

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