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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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asusta pensar que tal vez has aprendido algo siendo más joven que yo. ¿Crees que me deshonraría<br />

verme superado por mi hija? Al contrario: no puede existir mayor honor para un padre que tener un<br />

hijo más grande que él.<br />

−Yo nunca podré ser más grande que tú, padre.<br />

−En cierto sentido, eso es cierto, Qing−jao. Porque eres mi hija, todas tus obras están incluidas<br />

dentro de las mías, como un subconjunto de mí, igual que todos nosotros somos subconjuntos de<br />

nuestros antepasados. Pero tienes tanto potencial para la grandeza en tu interior que a mi entender<br />

llegará un momento en que seré considerado más grande debido a tus obras que a las mías. Si<br />

alguna vez la gente de Sendero me juzga digno de algún honor singular, será al menos tanto por tus<br />

logros como por <strong>los</strong> míos.<br />

Con eso, su padre se inclinó ante ella, no de forma cortés para indicar que se marchara, sino como<br />

señal de profundo respeto, casi tocando el suelo con la cabeza. No del todo, pues casi habría sido<br />

una burla que lo hiciera en honor a su propia hija. Pero sí cuanto la dignidad permitía.<br />

Aquello la confundió por un momento, la asustó. Entonces comprendió. Cuando su padre daba a<br />

entender que su probabilidad de ser elegido dios de Sendero dependía de la grandeza de ella, no<br />

hablaba de algún vago evento futuro. Hablaba del aquí y del ahora. Hablaba de su tarea. Si ella<br />

podía encontrar el disfraz de <strong>los</strong> dioses, la explicación natural a la desaparición de la Flota<br />

Lusitania, entonces su elección como dios de Sendero quedaría asegurada. Hasta este punto<br />

confiaba en ella. Hasta este punto era importante su tarea. ¿Qué era su mayoría de edad, comparada<br />

con la deificación de su padre? Debía trabajar con más ahínco, pensar mejor, y tener éxito donde<br />

todos <strong>los</strong> recursos de <strong>los</strong> militares y el Congreso habían fracasado. No por ella misma, sino por su<br />

madre, por <strong>los</strong> dioses,, y por la oportunidad de su padre de convertirse en uno de el<strong>los</strong>.<br />

Qing−jao se retiró de la habitación de su padre. Hizo una pausa en la puerta y miró a Wang−mu. Un<br />

mirada de la agraciada por <strong>los</strong> dioses bastó para indicar a la muchacha que la siguiera.<br />

Cuando Qing−jao llegó a su habitación, temblaba con la necesidad acumulada de purificación.<br />

Todos sus errores de aquel día, su rebelión contra <strong>los</strong> dioses, su negativa a aceptar la purificación<br />

antes, su estupidez al no comprender su verdadera tarea, la abrumaban ahora. No es que se sintiera<br />

sucia: no quería lavarse ni sentía autorrepulsa. Después de todo, su indignidad se había visto<br />

compensada por la alabanza de su padre, por el dios que le mostró cómo atravesar la puerta.<br />

Además, el hecho de que Wang−mu hubiera demostrado ser una buena elección era una prueba que<br />

Qing−jao había pasado, y también audazmente. Así que no era su vileza lo que la hacía temblar.<br />

Estaba ansiosa de purificación. Anhelaba que <strong>los</strong> dioses estuvieran con ella mientras <strong>los</strong> servía. Sin<br />

embargo, ninguna penitencia que conociera bastaría para calmar su ansiedad.<br />

Entonces lo supo: debía seguir una línea en cada tabla de la habitación.<br />

Eligió de inmediato su punto de partida, la esquina sureste: seguiría cada línea de la pared este, de<br />

forma que sus rituales se dirigieran todos hacia el oeste, hacia <strong>los</strong> dioses. Lo. último sería la tabla<br />

más pequeña de la habitación, de menos de un metro de largo, en el rincón noroeste. El hecho de<br />

que la última pista fuera tan breve y fácil sería su recompensa.<br />

Oyó que Wang−mu entraba suavemente en la habitación tras ella, pero Qing−jao no tenía tiempo<br />

ahora para <strong>los</strong> mortales. Los dioses esperaban. Se arrodilló en el pasillo, escrutó las vetas para<br />

encontrar una que <strong>los</strong> dioses quisieran que siguiera. Por lo general tenía que elegir ella misma, y

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