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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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de purificación. Wang−mu apartó la cara.<br />

−No lo hagas −pidió él−. No ocultes tu rostro. No puedo avergonzarme al mostrarte esto. Soy un<br />

lisiado, eso es todo. Si hubiera perdido una pierna, mis amigos más íntimos no tendrían miedo de<br />

ver el muñón.<br />

Wang−mu captó la sabiduría de sus palabras, y no apartó el rostro de la aflicción de su señor.<br />

−Como iba diciendo −continuó Jane−, un miembro de esta especie está de algún modo libre del<br />

Congreso. Espero contar con tu ayuda en las tareas que intento ejecutar en <strong>los</strong> pocos meses que me<br />

quedan.<br />

−Haré todo lo que pueda −aseguró el Maestro Han.<br />

−Y si yo puedo ayudar, lo haré −ofreció Wang−mu.<br />

Sólo después de decirlo se dio cuenta de lo ridículo que era por su parte. El Maestro Han era uno de<br />

<strong>los</strong> agraciados, uno de <strong>los</strong> seres con habilidades intelectuales superiores. Ella era sólo un espécimen<br />

sin educación de la humanidad común y corriente, sin nada que ofrecer.<br />

Sin embargo, ninguno de el<strong>los</strong> se mofó y Jane aceptó su oferta graciosamente. Tal amabilidad<br />

demostró una vez más a Wang−mu que Jane tenía que ser un organismo vivo, no sólo una<br />

simulación.<br />

−Quisiera contaros <strong>los</strong> problemas que espero resolver.<br />

Los dos prestaron atención.<br />

−Como sabéis, mis amigos más queridos están en el planeta Lusitania. Los amenaza la Flota del<br />

Congreso. Estoy muy interesada en impedir que esa flota cause un daño irreparable.<br />

−Pero estoy seguro de que ya han recibido la orden de usar el Pequeño Doctor−objetó el Maestro<br />

Han.<br />

−Oh, sí, ya lo sé. Mi preocupación es impedir que esa orden cause la destrucción no sólo de <strong>los</strong><br />

humanos de Lusitania, sino también de otras dos especies raman.<br />

Entonces Jane les habló de la reina colmena y de cómo <strong>los</strong> insectores habían vuelto a la vida.<br />

−La reina colmena está ya construyendo naves, esforzándose al límite para conseguir cuanto esté en<br />

su mano antes de que llegue la flota. Pero no hay ninguna posibilidad de que pueda construir<br />

suficientes para salvar más que a una pequeña fracción de <strong>los</strong> habitantes de Lusitania. La reina<br />

colmena podrá marcharse, o enviar a otra reina que comparta sus recuerdos, y le importa poco que<br />

sus obreras viajen con ella o no. Pero <strong>los</strong> pequeninos y <strong>los</strong> humanos no son tan autosuflcientes. Me<br />

gustaría salvar<strong>los</strong> a todos. Sobre todo porque mis amigos más queridos, un portavoz de <strong>los</strong> muertos<br />

y un joven que sufre lesiones cerebrales, se negarían a abandonar Lusitania a menos que todos <strong>los</strong><br />

demás humanos y pequeninos puedan salvarse.<br />

−¿Son héroes ,entonces? −preguntó el Maestro Han.

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