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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Parecía aturdido, porque por supuesto Jane no le había dicho nada.<br />

−La reina colmena −intervino Valentine−. Habla directamente a la mente de Ender.<br />

−Buen truco −exclamó Miro−. ¿Puedo aprenderlo?<br />

−Ya veremos −contestó Ender−. Cuando la conozcas.<br />

Mientras bajaban del coche y se internaban en la alta hierba, Valentine advirtió que Miro y Ender<br />

no dejaban de mirar a Plikt. Naturalmente, les molestaba que Plikt fuera tan callada. O, más bien,<br />

pareciera tan callada. Valentine consideraba a Plikt una mujer locuaz y elocuente. Pero también se<br />

había acostumbrado a la forma en que Plikt se hacía la muda en ciertas ocasiones. Ender y Miro,<br />

por supuesto, sólo estaban descubriendo su perverso silencio por primera vez, y eso <strong>los</strong> molestaba.<br />

Lo cual era una de las principales razones por las que lo hacía. Creía que las personas se revelaban<br />

más cuando estaban vagamente ansiosas, y pocas cosas provocaban más ansiedades no específicas<br />

que estar en presencia de alguien que no habla nunca.<br />

Valentine no consideraba la técnica como una forma de tratar con desconocidos, pero había visto<br />

que, al actuar de tutora, <strong>los</strong> silencios de Plikt obligaban a sus estudiantes (<strong>los</strong> hijos de Valentine) a<br />

revisar sus propias ideas. Cuando Valentine y Ender enseñaban, desafiaban a sus estudiantes con<br />

diálogos, preguntas, argumentos. Pero Plikt obligaba a sus estudiantes a jugar a ambos lados de la<br />

discusión, proponiendo sus propias ideas, y luego atacándolas para refutar sus propias objeciones.<br />

El método probablemente no funcionaría con la mayoría de la gente. Valentine había llegado a la<br />

conclusión de que funcionaba tan bien con Plikt<br />

porque su silencio no era ausencia completa de comunicación. Su mirada firme y penetrante era en<br />

sí una elocuente expresión de escepticismo. Cuando un estudiante se enfrentaba a aquella mirada<br />

inflexible, pronto sucumbía a sus propias inseguridades. Todas las dudas que el estudiante había<br />

conseguido ignorar volvían<br />

ahora, donde el estudiante tenía que descubrir en su interior las razones de la aparente duda de Plikt.<br />

La hija mayor de Valentine, Syfte, había llamado a estas confrontaciones de un solo bando "mirar al<br />

sol". Ahora les tocaba a Ender y Miro el turno de cegarse en una lucha con el ojo que todo lo veía y<br />

la boca que nunca decía nada. Valentine hubiese querido reírse de su inseguridad, para<br />

tranquilizar<strong>los</strong>. También hubiese querido dar a Plikt una palmadita y decirle que no se mostrara tan<br />

severa.<br />

En vez de eso, se dirigió a la puerta del edificio y la abrió. No había cerrojo, sólo una manivela que<br />

agarrar. La puerta cedió con facilidad. Valentine la mantuvo abierta mientras Ender se arrodillaba y<br />

entraba arrastrándose. Plikt lo siguió inmediatamente. Luego Miro suspiró y lentamente se puso de<br />

rodillas. Era más torpe arrastrándose que andando: cada movimiento de un brazo 0 una pierna se<br />

hacía individualmente, como si fuera necesario un segundo para pensar en cómo hacerlo. Por fin,<br />

atravesó la puerta, y ahora le tocó el turno a Valentine de agacharse y repetir la maniobra. Era la<br />

más menuda, y no tuvo que arrastrarse.<br />

La única luz del interior procedía de la puerta. La habitación carecía de rasgos, y el suelo era de<br />

tierra. Sólo cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra advirtió Valentine que la sombra más<br />

oscura era un túnel que se hundía en la tierra.<br />

−No hay luces en <strong>los</strong> túneles −informó Ender−. Ella me dirigirá. Tendréis que cogeros de la mano.

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