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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Se arrodillaron ante el obispo. Plikt le besó el anillo, aunque no tenía que cumplir la penitencia de<br />

Lusitania.<br />

Sin embargo, cuando le tocó el turno a la joven Val, el obispo retiró la mano y se dio la vuelta. Un<br />

sacerdote se adelantó y les indicó que ocuparan sus asientos.<br />

−¿Cómo puedo hacerlo? −preguntó la joven Val−. No he cumplido mi penitencia todavía.<br />

−No tienes penitencia −respondió el sacerdote−. El obispo me lo dijo antes de que vinieras; no<br />

estabas aquí cuando se cometió el pecado, así que no formas parte de la penitencia.<br />

La joven Val lo miró tristemente.<br />

−Fui creada por alguien que no es Dios. Por eso el obispo no quiere recibirme. Nunca tomaré la<br />

comunión mientras él viva.<br />

El sacerdote parecía muy triste: era imposible no sentir pesar por la joven Val, pues su sencillez y<br />

dulzura la hacía parecer frágil, y la persona que la hiriera tenía por tanto que sentirse torpe por<br />

haber dañado a alguien tan tierno.<br />

−Hasta que el Papa pueda decidir −dijo−. Todo esto es muy difícil.<br />

−Lo sé −susurró la joven Val.<br />

Entonces obedeció y se sentó entre Plikt y Valentine.<br />

"Nuestros codos se tocan −pensó Valentine−. Una hija que soy exactamente yo misma, como si la<br />

hubiera clonado hace tres años. Pero no quería otra hija, y desde luego no quería un duplicado mío.<br />

Ella lo sabe. Lo siente. Y por eso sufre algo que yo nunca sufrí: se siente no deseada y no amada<br />

por aquel<strong>los</strong> que más se parecen a ella. ¿Cómo se siente Ender? ¿También desea que se marche? ¿O<br />

ansía ser su hermano, como fue mi hermano menor hace tantos años? Cuando yo tenía esa edad,<br />

Ender todavía no había cometido xenocidio. Pero tampoco había hablado aún en nombre de <strong>los</strong><br />

muertos. La Reina Colmena, el Hegemón, la Vida de Humano... todo eso estaba entonces más allá<br />

de él. Era sólo un niño, confuso, desesperado, temeroso. ¿Cómo podría Ender anhelar esa época?"<br />

Miro entró poco después, se arrastró hasta el altar y besó el anillo. Aunque el obispo lo había<br />

absuelto de toda responsabilidad, cumplió la penitencia de todos <strong>los</strong> demás. Valentine advirtió,<br />

naturalmente, <strong>los</strong> muchos susurros que despertó a su paso. Todos <strong>los</strong> habitantes de Lusitania que lo<br />

trataron antes de su lesión cerebral reconocieron el milagro realizado: una perfecta restitución del<br />

Miro que con tanta brillantez había convivido con el<strong>los</strong> antes.<br />

"No te conocí entonces, Miro −pensó Valentine−. ¿Siempre tuviste ese aire distante y ceñudo? Tal<br />

vez tu cuerpo ha sanado, pero sigues siendo el hombre que vivió en el dolor durante un tiempo. ¿Te<br />

ha vuelto eso más frío o más compasivo?"<br />

Miro se acercó y se sentó junto a ella, en el asiento que habría sido de Jakt, si no estuviera todavía<br />

en el espacio. Con la descolada a punto de ser destruida, alguien tenía que traer a la superficie de<br />

Lusitania <strong>los</strong> miles de microbios y plantas y especies animales congelados y mantener en orden <strong>los</strong><br />

sistemas planetarios. Era un

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