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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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−No quería que te marcharas, nada más. −<br />

−Probablemente acabaré marchándome de todas formas −suspiró Wang−mu−. Pero con sumo<br />

placer le explicaré por qué he dejado de ser útil a la Casa de Han.<br />

−Oh, por supuesto. Siempre has sido inútil. Pero eso no significa que no seas necesaria.<br />

−¿Qué quieres decir?<br />

−La felicidad puede depender tan fácilmente de las cosas útiles como de las inútiles.<br />

−¿Es un dicho de un antiguo maestro?<br />

−Es un dicho de una mujer gorda y vieja a lomos de un burro −replicó Mu−pao−. Y no lo olvides.<br />

Cuando Wang−mu estuvo a solas con el Maestro Han en su cámara privada, él no mostró ningún<br />

signo de la agitación de la que había hablado Mu−pao.<br />

−He conversado con Jane −dijo−. En su opinión, ya que tú también conoces su existencia y no crees<br />

que sea enemiga de <strong>los</strong> dioses, sería mejor que te quedaras.<br />

−Entonces, ¿ahora serviré a Jane? −preguntó Wang−mu−. ¿He de ser su doncella secreta?<br />

Wang−mu no pretendía que sus palabras parecieran irónicas; la idea de servir a una entidad no<br />

humana la intrigaba. Pero el Maestro Han reaccionó como si intentara suavizar una ofensa.<br />

−No −respondió−. No debes ser sirviente de nadie. Has actuado con valentía y dignidad.<br />

−Sin embargo, me llamaste para que cumpliera mi contrato contigo.<br />

El Maestro Han inclinó la cabeza.<br />

−Te llamé porque eres la única que conoce la verdad. Si te vas, entonces estaré solo en esta casa.<br />

Wang−mu casi estuvo a punto de preguntar: "¿Cómo puedes estar solo, cuando tu hija está aquí". Y<br />

hasta unos cuantos días antes, decirlo no habría sido una crueldad, porque el Maestro Han y la<br />

señorita Qing−jao compartían una amistad tan íntima como pueden compartir padre e hija. Pero<br />

ahora, la barrera entre ambos era insuperable. Qing−jao vivía en un mundo donde era una sierva<br />

triunfal de <strong>los</strong> dioses, e intentaba mostrarse paciente con la locura temporal de su padre. El Maestro<br />

Han vivía en un mundo donde su hija y toda su .sociedad eran esclavos de un Congreso opresor, y<br />

sólo él sabía la verdad. ¿Cómo podían hablarse cuando <strong>los</strong> separaba un abismo tan ancho y<br />

profundo?<br />

−Me quedaré −prometió Wang−mu−. Te serviré como pueda.<br />

−Nos serviremos mutuamente −dijo el Maestro Han−. Mi hija prometió enseñarte. Yo continuaré<br />

con su labor.<br />

Wang−mu tocó el suelo con su frente.

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