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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Su padre no acudió. Ella rompió a llorar.<br />

El problema de llorar era que no servía de nada. Cuanto más lloraba, más sucia se sentía. La<br />

desesperada necesidad de estar limpia abrumó incluso su llanto. Así, con las lágrimas surcándole la<br />

cara, empezó a buscar desesperadamente una forma de quitarse la grasa de las manos. Una vez más<br />

lo intentó con la seda de la túnica, pero poco después frotó las manos contra las paredes, mientras<br />

recorría la habitación, manchándolas de grasa. Frotó las manos contra la pared tan rápidamente que<br />

acumuló calor y la grasa se fundió. Lo hizo una y otra vez hasta que las manos se le enrojecieron,<br />

hasta que parte de la blanda costra de sus palmas se gastó o fue arrancada por invisibles<br />

irregularidades en las paredes de madera.<br />

Cuando las palmas y <strong>los</strong> dedos le dolían ya tanto que no sentía la suciedad, se frotó el rostro con<br />

ellas, se arañó la cara para arrancar la grasa de allí. Entonces, con las manos sucias una vez más, las<br />

frotó de nuevo en las paredes.<br />

Finalmente, exhausta, cayó al suelo y lloró por el dolor que sentía en las manos, por la<br />

imposibilidad de limpiarse. Tenía <strong>los</strong> ojos anegados en llanto. Las lágrimas le corrían por las<br />

mejillas. Se frotó <strong>los</strong> ojos, las mejillas, y sintió cuánto ensuciaban las lágrimas su piel, lo asquerosa<br />

que estaba. Supo que seguramente significaba esto: <strong>los</strong> dioses la habían juzgado y la habían<br />

encontrado sucia. No merecía vivir. Si no podía limpiarse, tenía que anularse. Eso <strong>los</strong> satisfaría. Eso<br />

acabaría con la agonía. Sólo tenía que encontrar un modo de morir. Dejar de respirar. Su padre<br />

lamentaría no haber acudido cuando lo llamaba, pero ella no podía evitarlo. Ahora estaba bajo el<br />

poder de <strong>los</strong> dioses, y el<strong>los</strong> la habían juzgado indigna para figurar entre <strong>los</strong> vivos. Después de todo,<br />

¿qué derecho tenía a respirar cuando la puerta de <strong>los</strong> labios de su madre había dejado de permitir el<br />

paso y la salida del aire durante tantos años?<br />

Pensó primero en usar la túnica, metérsela en la boca a fin de que le impidiera respirar, o atársela<br />

alrededor del cuello para ahogarse, pero estaba demasiado sucia, demasiado cubierta de grasa para<br />

cogerla. Tendría que encontrar otra forma.<br />

Qing−jao se acercó a la pared, se apretó contra ella. Madera fuerte. Se echó atrás y se golpeó la<br />

cabeza contra la madera. El dolor la atravesó; aturdida, cayó hasta quedar sentada en el suelo. Le<br />

dolía la cabeza por dentro. La habitación giraba lentamente a su alrededor. Por un momento, olvidó<br />

la suciedad de sus manos.<br />

Pero el alivio no duró mucho. Distinguió en la pared un lugar levemente más oscuro donde la grasa<br />

de su frente interrumpía la superficie brillantemente pulida. Los dioses hablaron en su interior,<br />

insistiendo en que estaba tan sucia como siempre. Un poco de dolor no podría reparar su indignidad.<br />

Otra vez se golpeó la cabeza contra la pared. Sin embargo, ahora no hubo tanto dolor. Una y otra<br />

vez, pero ahora advirtió que contra su voluntad su cuerpo retrocedía ante el golpe, rehusando<br />

causarse mucho daño. Esto la ayudó a comprender por qué <strong>los</strong> dioses la encontraban tan indigna:<br />

era demasiado débil para lograr que su cuerpo obedeciera. Bien, no estaba indefensa. Podía engañar<br />

a su cuerpo hasta someterlo.<br />

Seleccionó la más alta de las estatuas, que tenía unos tres metros de altura. Era un vaciado en<br />

bronce de un hombre en plena carrera que alzaba una espada por encima de su cabeza. Había<br />

suficientes ángu<strong>los</strong>, curvas y proyecciones para poder escalarla. Sus manos seguían resbalando,<br />

pero perseveró hasta que logró mantenerse sobre <strong>los</strong> hombros de la estatua, agarrándose a su tocado

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