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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Pero no se lavó. En cambio, dejó que la voz de <strong>los</strong> dioses se hinchara en su interior, que su orden se<br />

volviera más urgente. Esta vez no resistía por un virtuoso deseo de volverse más disciplinada. Esta<br />

vez intentaba deliberadamente atraer la máxima atención posible de <strong>los</strong> dioses. Sólo cuando jadeaba<br />

ya con la necesidad de lavarse, sólo cuando se estremecía ante el contacto más casual con su propia<br />

carne (una mano que rozara una rodilla), sólo entonces dio voz a su pregunta.<br />

−Vosotros lo hicisteis, ¿verdad? −interrogó a <strong>los</strong> dioses−. Lo que ningún ser humano pudo hacer,<br />

debisteis hacerlo vosotros. Extendisteis la mano y acabasteis con la Flota Lusitania.<br />

La respuesta vino, no en palabras, sino en la necesidad cada vez mayor de purificarse.<br />

−Pero el Congreso y el almirantazgo no pertenecen al Sendero. No pueden imaginar la puerta<br />

dorada de la Ciudad de la Montaña de Jade del Oeste. Si mi padre les dice: "Los dioses robaron<br />

vuestra flota para castigaros por vuestra maldad", sólo lo despreciarán. Si lo desprecian a él, a<br />

nuestro mayor estadista vivo, nos despreciarán también a nosotros. Y si Sendero es deshonrado a<br />

causa de mi padre, eso lo destruirá. ¿Por eso lo hicisteis?<br />

Empezó a llorar.<br />

−No os dejaré destruir a mi padre. Encontraré otro medio. Encontraré una respuesta que <strong>los</strong><br />

complazca. ¡Os desafío!<br />

En cuanto pronunció las palabras, <strong>los</strong> dioses le enviaron la más abrumadora sensación de su propia<br />

abominable suciedad que había experimentado jamás. Fue tan intensa que se quedó sin respiración,<br />

y cayó hacia delante, agarrándose al terminal. Intentó hablar, suplicar perdón, pero sólo logró<br />

farfullar, mientras deglutía con fuerza para no vomitar. Sentía como si sus manos estuvieran<br />

esparciendo limo sobre todo lo que tocaba; mientras luchaba por ponerse en pie, la túnica se le pegó<br />

a la piel como si estuviera cubierta de densa grasa negra.<br />

Pero no se lavó. Ni cayó al suelo para seguir líneas en las vetas de la madera. En cambio, avanzó<br />

tambaleándose hacia la puerta, con la intención de bajar a la habitación de su padre.<br />

La puerta se lo impidió. No físicamente (se abrió tan fácilmente como siempre), pero no fue capaz<br />

de franquearla. Había oído hablar de estas cosas, cómo <strong>los</strong> dioses capturaban a sus siervos<br />

desobedientes en las puertas, pero a ella nunca le había sucedido. No podía comprender cómo<br />

estaba retenida. Su cuerpo era libre de moverse. No había ninguna barrera. Sin embargo, sentía una<br />

amenaza tan asfixiante ante la idea de atravesar la puerta que comprendió que no podría hacerlo,<br />

que <strong>los</strong> dioses requerían algún tipo de penitencia, algún tipo de purificación o nunca la dejarían salir<br />

de la habitación. No era seguir las vetas de la madera, ni lavarse las manos. ¿Qué exigían <strong>los</strong><br />

dioses?<br />

Entonces, de repente, supo por qué <strong>los</strong> dioses no la dejaban atravesar la puerta. Era el juramento<br />

que su padre le había requerido por el bien de su madre. El juramento de que siempre serviría a <strong>los</strong><br />

dioses, sin importar lo que sucediera. Y aquí había estado al borde del desafío. "¡Madre,<br />

perdóname! No desafiaré a <strong>los</strong> dioses. Pero debo ir a mi padre y explicarle la terrible situación en la<br />

que nos han colocado <strong>los</strong> dioses. ¡Madre, ayúdame a atravesar esta puerta!" Como en respuesta a su<br />

súplica, se le ocurrió cómo podría atravesarla. Sólo tenía que fijar la mirada en un punto en el aire<br />

justo ante la esquina superior derecha de la puerta, y sin apartar la mirada de ese punto, atravesar de<br />

espaldas la puerta con el pie derecho, sacar la mano izquierda, luego girar hacia la izquierda,<br />

arrastrar hacia atrás la pierna izquierda hasta atravesar la puerta, luego avanzar el brazo derecho.

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