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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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− ¿Ha sucedido alguna vez?<br />

− ¿Se han vuelto <strong>los</strong> obreras contra la reina de la colmena y la han matado?<br />

− ¿Cómo podrían hacerlo? Morirían.<br />

− Ya ves. Hay algunas cosas demasiado terribles para imaginarlas siquiera. En cambio, pensaré<br />

cómo será cuando un padre−árbol haga crecer por primera vez sus raíces en otro planeta, y alce<br />

sus ramas a un cielo alienígena, y beba la luz de una estrella extraña.<br />

− Pronto aprenderás que no hay estrellas extrañas, ni cie<strong>los</strong> alienígenas.<br />

− ¿No?<br />

− Sólo cie<strong>los</strong> y estrellas, en todas sus variedades. Cada uno destila su propio sabor, y todos <strong>los</strong><br />

sabores son buenos.<br />

− Ahora piensas como un árbol. ¡Sabores! ¡De cie<strong>los</strong>!<br />

− He probado el sabor de muchos estrellas, y todos eran dulces.<br />

−¿Me estás pidiendo que te ayude en tu rebelión contra <strong>los</strong> dioses?<br />

Wang−mu permaneció inclinada ante su señora (su antigua señora) sin decir nada. En el fondo de su<br />

corazón tenía palabras que podría haber murmurado. "No, mi señora, te estoy pidiendo que nos<br />

ayudes en nuestra lucha contra el terrible lazo que el Congreso ha tendido sobre <strong>los</strong> agraciados. No,<br />

mi señora, te estoy pidiendo que recuerdes tu deber para con tu padre, que ni siquiera <strong>los</strong> agraciados<br />

olvidarían si fueran dignos. No, mi señora, te estoy pidiendo que nos ayudes a descubrir un medio<br />

para salvar del xenocidio a un pueblo decente e indefenso, <strong>los</strong> pequeninos."<br />

Pero Wang−mu no dijo nada, porque ésa era una de las primeras lecciones que había aprendido del<br />

Maestro Han. "Cuando tienes la sabiduría que otra persona sabe que necesita, ofrécela libremente.<br />

Pero cuando la otra persona no sepa todavía que necesita tu sabiduría, guárdatela para ti. La comida<br />

sólo parece atractiva a un hombre hambriento." Qing−jao no ansiaba la sabiduría de Wang−mu, ni<br />

la ansiaría nunca. Por tanto, Wang−mu sólo podía ofrecer silencio. Sólo podía esperar que Qing−jao<br />

encontrara su propio camino a la debida obediencia, a la decencia compasiva, o a la lucha por la<br />

libertad.<br />

Cualquier motivo serviría, siempre y cuando la brillante mente de Qing−jao pudiera ser reclutada<br />

para su bando. Wang−mu nunca se había sentido más inútil que ahora, mientras contemplaba al<br />

Maestro Han trabajar en las cuestiones que le había dado Jane. Para poder pensar en el viaje más<br />

rápido que la luz, estaba estudiando física; ¿cómo podía ayudarlo Wang−mu, cuando tan sólo estaba<br />

aprendiendo geometría?<br />

Para pensar en el virus de la descolada, estaba estudiando microbiología: Wang−mu apenas estaba<br />

aprendiendo <strong>los</strong> conceptos de gaialogía y evolución. ¿Y cómo podía servir de ayuda cuando<br />

contemplaba la naturaleza de Jane? Era hija de obreros, y sus manos, no su mente, sostenían su<br />

futuro.<br />

La fi<strong>los</strong>ofía estaba tan por encima de ella como el cielo sobre la tierra.<br />

−Pero el cielo sólo parece estar lejos de ti −le dijo el Maestro Han cuando le contó su problema−.<br />

En realidad, está a tu alrededor. Respiras, lo absorbes y lo expulsas, aunque trabajes con las manos<br />

en el lodo. Ésa es la fi<strong>los</strong>ofía verdadera.<br />

Pero ella sólo entendía que el Maestro Han se mostraba amable, y quería hacer que se sintiera mejor<br />

por su impotencia.

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