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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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El sudor corría por el rostro de Qing−jao. Inclinada como estaba, las gotas le cosquilleaban las<br />

mejillas, bajo <strong>los</strong> ojos y en la punta de la nariz. Desde allí, el sudor caía a las aguas del arrozal, o a<br />

las plantas de arroz que se alzaban sobre la superficie del agua.<br />

−¿Por qué no te secas la cara, sagrada?<br />

Qing−jao alzó la cabeza para ver quién estaba lo bastante cerca para hablarle. Por regla general, <strong>los</strong><br />

otros miembros de su grupo en la labor virtuosa no trabajaban cerca de ella: les inquietaba estar con<br />

una de las agraciadas.<br />

Era una niña, más joven que Qing−jao, de unos catorce años, con cuerpo de muchacho y el cabello<br />

muy corto. Miraba a Qing−jao con franca curiosidad. Había en ella una frescura, una completa falta<br />

de timidez que a Qing−jao le pareció extraña y un poco desagradable. Su primer impulso fue<br />

ignorar a la niña.<br />

Pero ignorarla sería arrogante. Sería lo mismo que decir: "Como soy una agraciada, no necesito<br />

responder cuando me hablan". Nadie supondría jamás que la razón por la que no respondía era<br />

porque estaba tan preocupada con la tarea imposible que el gran Han Fei−tzu le había encomendado<br />

que resultaba casi doloroso pensar en otra cosa.<br />

Así que respondió, pero con una pregunta:<br />

−¿Por qué debería secarme la cara?<br />

−¿No te cosquillea el sudor al caer? ¿No se te mete en <strong>los</strong> ojos y pica?<br />

Qing−jao bajó el rostro para seguir con su trabajo unos instantes, y esta vez advirtió<br />

deliberadamente lo que sentía. Sí que hacía cosquillas, y el sudor que se le metía en <strong>los</strong> ojos picaba.<br />

De hecho, resultaba bastante incómodo y molesto. Con cuidado, Qing−jao se enderezó, y advirtió el<br />

dolor, la forma en que su espalda protestaba por el cambio de postura.<br />

−Sí −respondió a la muchachita−. Hace cosquillas y pica.<br />

−Entonces, sécate −dijo la niña−. Con la manga.<br />

Qing−jao se miró la manga. Ya estaba empapada con el sudor de sus brazos.<br />

−¿Sirve de algo secarse? −preguntó.<br />

Ahora le tocó a la muchachita el turno de descubrir algo en lo que no había pensado. Por un<br />

momento, pareció pensativa. Entonces se secó la frente con la manga.<br />

Sonrió.<br />

−No, sagrada. No sirve de nada.<br />

Qing−jao asintió con gravedad y se inclinó de nuevo para continuar con su labor. Pero ahora el<br />

cosquilleo del sudor, el picor de sus ojos, el dolor de su espalda, la molestaban demasiado. Su<br />

incomodidad apartó su mente de sus pensamientos, en vez de hacer al contrario. Esta muchacha,

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