27.03.2013 Views

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

−¿Y de qué sirve eso? −preguntó Wang−mu−. Mis padres fueron demasiado presuntuosos al<br />

ponerme el nombre de una diosa tan distinguida. Por eso <strong>los</strong> dioses no me hablarán nunca.<br />

A Qing−jao le entristeció que Wang−mu hablara con tanta amargura. Si supiera lo dispuesta que<br />

estaría a cambiar de lugar con ella... ¡Quedar libre de la voz de <strong>los</strong> dioses! No tener que arrodillarse<br />

nunca en el suelo para seguir las vetas de la madera, no lavarse las manos excepto cuando se<br />

ensuciaran...<br />

Sin embargo, Qing−jao no podía explicárselo a la muchacha. ¿Cómo iba a comprender? Para<br />

Wang−mu, <strong>los</strong> agraciados eran la elite privilegiada, infinitamente sabia e inaccesible. Si Qing−jao<br />

le explicara que las cargas de <strong>los</strong> agraciados eran mucho mayores que las recompensas, parecería<br />

una mentira.<br />

Pero para Wang−mu la agraciada no había sido inaccesible: le había hablado a Qing−jao, ¿no? Así<br />

que Qing−jao decidió decir de todas formas lo que anidaba en su corazón.<br />

−Si Wang−mu, viviría alegremente el resto de mis días ciega si pudiera quedar libre de las voces de<br />

<strong>los</strong> dioses.<br />

La boca de Wang−mu se abrió, llena de sorpresa. Sus ojos se ensancharon.<br />

Había sido un error hablar. Qing−jao lo lamentó de inmediato.<br />

−Estaba bromeando −dijo.<br />

−No −replicó Wang−mu−. Ahora estás mintiendo. Antes decías la verdad. −Se acercó, chapoteando<br />

descuidadamente por entre <strong>los</strong> arrozales−. Toda la vida he visto llevar a <strong>los</strong> agraciados al templo en<br />

sus palanquines, con sus brillantes sedas y toda la gente inclinándose a su paso, todos <strong>los</strong><br />

ordenadores abiertos a el<strong>los</strong>. Cuando hablan, su lenguaje suena a música. ¿Quién no querría ser uno<br />

de el<strong>los</strong>?<br />

Qing−jao no podía hablar abiertamente, no podía decir: "Todos <strong>los</strong> días <strong>los</strong> dioses me humillan y<br />

me hacen ejecutar tareas estúpidas y sin sentido para purificarme, y al día siguiente vuelven a<br />

empezar".<br />

−No me creerás, Wang−mu, pero esta vida, aquí en <strong>los</strong> campos, es mejor.<br />

−¡No! −exclamó Wang−mu−. Te lo han enseñado todo. ¡Sabes todo lo que hay que saber! Puedes<br />

hablar muchos idiomas, sabes leer todo tipo de palabras, puedes pensar pensamientos que están tan<br />

por encima de <strong>los</strong> míos como están mis pensamientos por encima de <strong>los</strong> pensamientos de un<br />

caracol.<br />

−Hablas muy bien −dijo Qing−jao−. Tienes que haber ido al colegio.<br />

−¡Colegio! −desdeñó Wang−mu−. ¿Qué es el colegio para niños como yo? Aprendimos a leer, pero<br />

sólo lo suficiente para entender las oraciones y <strong>los</strong> carteles de las calles. Aprendimos nuestros<br />

números, pero sólo lo suficiente para hacer la compra. Memorizamos dichos de <strong>los</strong> sabios, pero sólo<br />

<strong>los</strong> que nos enseñaron para que nos contentáramos con nuestro lugar en la vida y obedeciéramos a<br />

aquel<strong>los</strong> que son más sabios que nosotros.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!