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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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fantasma que viene a atormentar a la familia, eternamente joven. Pero la auténtica barrera era la<br />

forma en que se movía. La forma en que hablaba.<br />

Obviamente, habían olvidado lo incapacitado que estaba, lo mal que su cuerpo respondía a su lesión<br />

cerebral. El paso vacilante, el habla retorcida y difícil: sus recuerdos habían anulado todas aquellas<br />

cosas desagradables y le recordaban como era antes del accidente. Después de todo, sólo llevaba<br />

impedido unos pocos meses antes de que se marchara a su viaje dilatador en el tiempo. Resultaba<br />

fácil olvidarlo, y recordar en cambio al Miro que habían conocido durante tantos años antes. Fuerte,<br />

sano, el único capaz de enfrentarse al hombre que habían llamado padre. No podían ocultar su<br />

conmoción. Él notaba en sus vacilaciones, en sus miradas furtivas, el intento de ignorar que su<br />

forma de hablar resultaba difícil de entender, que caminaba lentamente.<br />

Él podía sentir su impaciencia. En cuestión de minutos vio que algunos empezaban a buscar<br />

excusas para marcharse. Tenían mucho que hacer esta tarde. "Te veré en la cena." Toda la situación<br />

<strong>los</strong> incomodaba tanto que debían escapar, tomarse su tiempo para asimilar aquella versión de Miro<br />

que acababa de volver a el<strong>los</strong>, o quizá para planear cómo evitarlo lo máximo posible en el futuro.<br />

Grego y Quara fueron <strong>los</strong> peores, <strong>los</strong> más impacientes por marcharse, lo que le dolió: antaño le<br />

adoraban. Por supuesto, comprendía que por eso les resultaba tan difícil tratar con el Miro roto que<br />

encontraban ante el<strong>los</strong>. Su visión del antiguo Miro era la más ingenua y por tanto la más<br />

dolorosamente contradicha.<br />

−Pensamos en celebrar una gran cena familiar −dijo Ela−. Madre quería, pero se me ocurrió que<br />

deberíamos esperar. Darte más tiempo.<br />

−Espero que no me hayáis estado esperando para cenar todo este tiempo −ironizó Miro.<br />

Sólo Ela y Valentine parecieron advertir que estaba bromeando: fueron <strong>los</strong> únicos en responder de<br />

manera natural, con una risita. Los demás, por lo que Miro sabía, ni siquiera habían entendido sus<br />

palabras.<br />

Todos se encontraban en la alta hierba que se extendía junto al campo de aterrizaje, su familia<br />

entera: su madre, ahora en la sesentena, el cabello gris acero, la cara sombría de intensidad, como<br />

siempre. Sólo que ahora la expresión estaba marcada profundamente en las líneas de su frente, en<br />

las arrugas junto a la boca. Su cuello era una ruina. Miro advirtió que algún día moriría. No hasta<br />

dentro de treinta o cuarenta años, probablemente, pero algún día. ¿Se había dado cuenta antes de lo<br />

hermosa que era? Había creído que, de algún modo, casarse con el Portavoz de <strong>los</strong> Muertos la<br />

suavizaría, la rejuvenecería. Y tal vez así había sido, tal vez Andrew Wiggin la había vuelto joven<br />

de corazón. Pero el cuerpo seguía siendo lo que el tiempo había hecho de él. Era vieja.<br />

Ela, en la cuarentena. No la acompañaba marido alguno, pero tal vez estaba casada y él<br />

simplemente no había venido. Aunque lo más probable era que no lo estuviera. ¿Estaba casada con<br />

su trabajo? Parecía sinceramente contenta de verlo, pero ni siquiera ella podía ocultar la expresión<br />

de piedad y preocupación. ¿Había esperado que un mes de viajar a la velocidad de la luz lo curaría<br />

de algún modo? ¿Había creído que saldría de la lanzadera tan fuerte y osado como un dios que<br />

surcara <strong>los</strong> espacios en alguna vieja novela?<br />

Quim, ahora con la túnica de sacerdote. Jane le había dicho a Miro que su hermano, el que le<br />

seguía, era un gran misionero. Había convertido más de una docena de bosques de pequeninos, <strong>los</strong><br />

había bautizado y, bajo la autoridad del obispo Peregrino, había ordenado sacerdotes entre el<strong>los</strong>,<br />

para que administraran <strong>los</strong> sacramentos a su propio pueblo. Bautizaron a todos <strong>los</strong> pequeninos que

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