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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Su padre le tocó amablemente el hombro con la mano.<br />

−Pero creo que <strong>los</strong> dioses te harán digna. El Congreso Estelar tiene el mandato del cielo, pero tú has<br />

sido también elegida para seguir tu propio camino. Puedes tener éxito en esta gran labor. ¿Lo<br />

intentarás?<br />

−Lo intentaré.<br />

"También fracasaré, pero eso no sorprenderá a nadie, y menos a <strong>los</strong> dioses, que conocen mi<br />

indignidad."<br />

−Se han abierto todos <strong>los</strong> archivos pertinentes para que <strong>los</strong> investigues, cuando pronuncies tu<br />

nombre y teclees la clave. Si necesitas ayuda, avísame.<br />

Se marchó de la habitación de su padre con dignidad y se obligó a subir lentamente las escaleras<br />

hasta su dormitorio. Sólo cuando estuvo dentro con la puerta cerrada se arrojó de rodillas y se<br />

arrastró por el suelo. Siguió vetas en la madera hasta que apenas pudo ver. Su indignidad era tan<br />

grande que no se sentía del todo limpia; fue al lavabo y se frotó las manos hasta que supo que <strong>los</strong><br />

dioses estaban satisfechos. Dos veces <strong>los</strong> sirvientes intentaron interrumpirla con comidas o<br />

mensajes (poco le importaba qué), pero cuando vieron que estaba comulgando con <strong>los</strong> dioses se<br />

inclinaron y se marcharon en silencio.<br />

No fue lavarse las manos lo que finalmente la dejó limpia. Fue el momento en que apartó de su<br />

corazón el último vestigio de inseguridad. El Congreso Estelar tenía el mandato del cielo. Ella tenía<br />

que purgarse de toda duda. Fuera lo que fuese lo que pretendían hacer con la Flota Lusitania, lo que<br />

cumplían era la voluntad de <strong>los</strong> dioses. Si de hecho ella estaba acatando la voluntad de <strong>los</strong> dioses,<br />

entonces le abrirían un camino para resolver el problema que le había sido planteado. Cada vez que<br />

pensara lo contrario, cada vez que las palabras de Demóstenes regresaran a su mente, tendría que<br />

anularlas recordando que debía obedecer a <strong>los</strong> gobernantes que tenían el mandato del cielo.<br />

Para cuando su mente estuvo en calma, tenía las palmas despellejadas y manchadas de sangre. "Es<br />

así como surge mi comprensión de la verdad −se dijo−. Si me aparto lo suficiente de mi mortalidad,<br />

entonces la verdad de <strong>los</strong> dioses subirá hasta la luz."<br />

Quedó limpia por fin. Era tarde y sentía <strong>los</strong> ojos cansados. Sin embargo, se sentó ante su terminal y<br />

empezó a trabajar.<br />

−Muéstrame <strong>los</strong> sumarios de toda la investigación que se ha realizado hasta ahora acerca de la Flota<br />

Lusitania −pidió−, empezando por el más reciente.<br />

Casi de inmediato, las palabras empezaron a aparecer en el aire sobre su terminal, página tras<br />

página, alineadas como soldados marchando al frente. Leía una, luego la hacía correr, sólo para que<br />

la página que la seguía ocupara su lugar. Leyó siete horas hasta que no pudo más. Entonces se<br />

quedó dormida ante el terminal.<br />

"Jane lo observa todo. Puede ocuparse de un millón de tareas y prestar atención a un millar de<br />

cuestiones a la vez. Ninguna de esas capacidades es infinita, pero son mucho mayores que nuestra<br />

patética habilidad para pensar en una cosa mientras hacemos otra. Sin embargo, ella tiene una<br />

limitación sensorial de la que nosotros carecemos; o, más bien, nosotros somos su mayor limitación.

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