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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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espirara en su cráneo; se convertía en algo pesado, obsesivo. ¿Lo sentían <strong>los</strong> demás? ¿Podría<br />

hablarles a el<strong>los</strong>? Con Ela no había pasado nada, nunca captó un destello de la silenciosa<br />

conversación. Y en cuanto a Novinha, se negó a hablar del tema y negó haber oído nada, pero Ender<br />

sospechaba que simplemente había rechazado la presencia alienígena. La reina colmena decía que<br />

podía sentir sus mentes con bastante claridad, siempre que estuvieran presentes, pero no podía<br />

hacerse "oír". ¿Pasaría hoy lo mismo?<br />

Sería buena cosa que la reina colmena pudiera hablar a otro ser humano. Ella sostenía que era capaz<br />

de hacerlo, pero Ender había aprendido a lo largo de <strong>los</strong> últimos treinta años que la reina no sabía<br />

distinguir entre sus confiadas declaraciones del futuro y sus recuerdos del pasado. Parecía confiar<br />

tanto en sus suposiciones como en sus recuerdos; y sin embargo, cuando sus suposiciones<br />

resultaban equivocadas, no parecía recordar que esperaba un futuro diferente de lo que ahora era<br />

pasado.<br />

Era uno de <strong>los</strong> detalles de su mente alienígena que más preocupaba a Ender, que había crecido en<br />

una cultura que juzgaba la madurez de la gente y su adaptación social según su habilidad para<br />

anticipar <strong>los</strong> resultados de sus elecciones. En algunos aspectos, la reina colmena parecía<br />

notablemente deficiente en esta área; a pesar de su gran sabiduría y experiencia, parecía tan osada e<br />

injustificablemente confiada como un niño pequeño.<br />

Ésa era una de las cosas que asustaban a Ender en su trato con ella. ¿Podría mantener una promesa?<br />

Si no cumplía una, ¿se daría cuenta de lo que había hecho?<br />

Valentine intentó concentrarse en lo que decían <strong>los</strong> demás, pero no podía apartar sus ojos de la<br />

silueta del insector que <strong>los</strong> guiaba. Era más pequeño de lo que había imaginado: no medía más de<br />

metro y medio, probablemente menos. Delante de <strong>los</strong> otros sólo podía distinguir partes del insector,<br />

pero eso era casi peor que verlo entero. No podía evitar pensar que aquel brillante enemigo negro<br />

tenía una tenaza de muerte sobre la mano de Ender.<br />

No es una tenaza de muerte. No es un enemigo. No es ni siquiera una criatura en sí misma. Tenía<br />

tanta identidad individual como una oreja o un dedo: cada insector era sólo otro de <strong>los</strong> órganos de<br />

acción y sensación de la reina colmena. En cierto sentido, la reina estaba ya presente con el<strong>los</strong>, pues<br />

lo estaba dondequiera que pudiera encontrarse una de sus obreras o zánganos, incluso a cientos de<br />

años luz de distancia. "No se trata de un monstruo −pensó Valentine−. Es la misma reina colmena<br />

que aparece en el libro de Ender. Es la que él llevó consigo y nutrió durante todos nuestros años<br />

juntos, aunque yo no lo sabía. No tengo nada que temer."<br />

Valentine había intentado reprimir su miedo, pero no sirvió de nada. Estaba sudando; pudo sentir<br />

que su mano resbalaba en la de Miro. A medida que se acercaban al cubil de la reina colmena (no,<br />

su casa, su hogar), notaba que se sentía más y más asustada. Si no podía encargarse de este asunto<br />

sola, no tendría más remedio que pedir ayuda. ¿Dónde estaba Jakt? Alguien más tendría que servir.<br />

−Lo siento, Miro −susurró−. Creo que estoy sudando.<br />

−¿Tú?−dijo él−. Creí que era mi sudor.<br />

Eso estaba bien. Él se echó a reír. Ella lo imitó, o al menos dejó escapar una risita nerviosa.<br />

El túnel se abrió de pronto y se encontraron parpadeando en una amplia cámara donde un rayo de<br />

brillante luz solar se filtraba a través de un agujero en la cúpula del techo. La reina colmena estaba<br />

sentada en el centro de la luz. Había obreras alrededor, pero ahora, a la luz, en presencia de la reina,

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