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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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−¡La justicia es la justicia, digan lo que digan <strong>los</strong> dioses!<br />

Qing−jao estuvo a punto de incorporarse y abofetear a su doncella secreta. Habría sido adecuado,<br />

pues Wang−mu le causaba tanto dolor como si la hubiera golpeado. Pero no era corriente en<br />

Qing−jao pegar a una persona que no tenía libertad de responderle. Además, aquí se presentaba un<br />

acertijo sumamente interesante. Después de todo, <strong>los</strong> dioses le habían enviado a Wang−mu:<br />

Qing−jao estaba segura de ello. Así que en vez de discutir con Wang−mu directamente, intentaría<br />

comprender lo que <strong>los</strong> dioses pretendían al enviarle una sirvienta que decía cosas tan vergonzantes e<br />

irrespetuosas.<br />

Los dioses habían hecho que Wang−mu dijera que era injusto castigar a Qing−jao simplemente por<br />

oír las irrespetuosas opiniones de otra persona. Tal vez la afirmación de Wang−mu era cierta. Pero<br />

también era cierto que <strong>los</strong> dioses no podían ser injustos. Por tanto, debía ser que Qing−jao no estaba<br />

siendo castigada sólo por oír las traicioneras opiniones de la gente. No, Qing−jao tenía que<br />

purificarse porque, en el fondo de su corazón, una parte de ella debía de creer esas opiniones. Tenía<br />

que limpiarse porque en su interior todavía dudaba del mandato celestial del Congreso Estelar;<br />

todavía opinaba que no era justo.<br />

Qing−jao se arrastró inmediatamente hasta la pared más cercana y empezó a buscar la línea<br />

adecuada en las vetas de la madera. Gracias a las palabras de Wang−mu, había descubierto una<br />

suciedad secreta en su interior. Los dioses la habían acercado un paso más para conocer sus lugares<br />

más oscuros, para que algún día pudiera estar completamente llena de luz y ganarse así el nombre<br />

que incluso ahora seguía siendo tan sólo una burla. "Una parte de mí duda de la justicia del<br />

Congreso Estelar. ¡Oh, dioses, por el bien de mis antepasados, mi pueblo, mis gobernantes, y por<br />

último por mi propio bien, purgad esta duda de mí y dejadme limpia!"<br />

Cuando terminó de seguir la línea (y únicamente hizo falta seguir una sola línea para que quedara<br />

limpia, lo cual era una buena señal de que había aprendido algo bien), vio que allí estaba todavía<br />

Wang−mu, observándola. Toda la furia de Qing−jao se había desvanecido, y de hecho se sentía<br />

agradecida a Wang−mu por haber sido una herramienta involuntaria de <strong>los</strong> dioses para ayudarla a<br />

aprender una nueva verdad. Pero, con todo, Wang−mu tenía que comprender que se había pasado<br />

de la raya.<br />

−En esta casa somos leales sirvientes del Congreso Estelar −declaró Qing−jao, la voz suave, la<br />

expresión amable−. Si tú fueras una sirvienta leal de esta casa, también servirías al Congreso con<br />

todo tu corazón.<br />

¿Cómo podría explicarle a Wang−mu lo dolorosamente que ella misma había aprendido la lección,<br />

lo dolorosamente que aún la estaba aprendiendo? Necesitaba que Wang−mu la ayudara, no que se<br />

lo pusiera más difícil.<br />

−Sagrada, no lo sabía −murmuró Wang−mu−. No tenía ni idea. Siempre había oído mencionar el<br />

nombre de Han Fei−tzu como el del más noble servidor de Sendero. Creía que servíais al Sendero,<br />

no al Congreso, o nunca habría...<br />

−¿Nunca habrías venido a trabajar aquí?<br />

−Nunca habría hablado mal del Congreso. Te serviría aunque vivieras en la casa de un dragón.<br />

"Tal vez lo hago −pensó Qing−jao−. Tal vez el dios que me purifica es un dragón, frío y caliente,

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