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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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penoso, pero ser testigos de cómo su madre golpeaba a Miro, que siempre fue su fuerza y salvación<br />

durante la infancia, resultó insoportable. Ela y Grego se levantaron de un salto y la arrastraron de<br />

vuelta a su silla.<br />

−¿Qué intentas hacer? −chilló Ela−. ¡Golpear a Miro no nos devolverá a Quim!<br />

−¡Miro y esa joya de su oído! −gritó Novinha. Se abalanzó de nuevo hacia Miro; <strong>los</strong> demás apenas<br />

pudieron contenerla, a pesar de su aparente fragilidad−. ¿Qué sabes tú de cómo quiere morir la<br />

gente?<br />

Quara tuvo que admirar la forma en que Miro la observó, impertérrito, aunque tenía la mejilla roja<br />

por el golpe.<br />

−Sé que la muerte no es lo peor que hay−dijo Miro.<br />

−Sal de mi casa −ordenó Novinha.<br />

Miro se levantó.<br />

−No estás llorando por él −la acusó−. Ni siquiera sabes quién era.<br />

−¡No te atrevas a decirme eso!<br />

−Si lo amaras, no habrías intentado impedirle ir −dijo Miro. Su voz no era fuerte, y su habla era<br />

penosa y difícil de comprender. Todos lo escucharon, en silencio. Incluso su madre, pues sus<br />

palabras eran terribles−. Pero no lo amas. No sabes cómo amar a la gente. Sólo sabes cómo<br />

poseerla. Y como la gente nunca actuará como tú quieres, madre, siempre te sentirás traicionada. Y<br />

como tarde o temprano todo el mundo muere, siempre te sentirás engañada. Pero eres tú quien<br />

engaña, madre. Tú eres la que usa nuestro amor para intentar controlarnos.<br />

−Miro −llamó Ela.<br />

Quara reconoció el tono de su voz. Era como si volvieran a ser niños pequeños y Ela intentara<br />

calmar a Miro, para persuadirlo de que suavizara su actitud. Quara recordó haber oído a Ela<br />

hablarle así una vez, cuando su padre acababa de golpear a Novinha y Miro dijo: "Lo mataré. No<br />

sobrevivirá a esta noche". Esto era lo mismo. Miro decía cosas dolorosas a su madre, palabras que<br />

tenían el poder de matar. Sólo que Ela no podría detenerlo a tiempo, esta vez no, porque las<br />

palabras ya habían sido pronunciadas. El veneno estaba ahora dentro de su madre, haciendo su<br />

trabajo, buscando su corazón para quemarlo.<br />

−Ya has oído a madre −espetó Grego−. Sal de aquí.<br />

−Me voy −contestó Miro−. Pero sólo he dicho la verdad.<br />

Grego avanzó hacia Miro, lo cogió por <strong>los</strong> hombros y lo empujó hacia la puerta.<br />

−¡No eres uno de nosotros! −gritó−. ¡No tienes ningún derecho a decirnos nada!<br />

Quara se interpuso entre el<strong>los</strong>, enfrentándose a Grego.

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