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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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quienquiera que fuese, acababa de aumentar sus penalidades al señalarlo... y, sin embargo,<br />

irónicamente, al hacer que Qing−jao fuera consciente de la miseria de su cuerpo, la había liberado<br />

del martilleo de las preguntas en su cerebro.<br />

Qing−jao empezó a reír.<br />

−¿Te ríes de mí, sagrada? −preguntó la muchacha.<br />

−Te doy las gracias a mi manera −dijo Qing−jao−. Has quitado una gran carga de mi corazón,<br />

aunque sólo sea por un momento.<br />

−Te estás riendo de mí por haberte dicho que te secaras la frente, aunque no sirva de nada.<br />

−Te aseguro que no me río por eso. −Qing−jao se irguió otra vez y miró a la muchachita a <strong>los</strong><br />

ojos−. Yo no miento.<br />

La niña pareció avergonzada, pero ni la mitad de lo que debería parecer. Cuando <strong>los</strong> agraciados<br />

usaban el tono de voz que Qing−jao acababa de emplear, <strong>los</strong> demás se inclinaban inmediatamente y<br />

mostraban su respeto. Pero esta muchacha sólo prestó atención, comprendió las palabras de<br />

Qing−jao, y luego asintió.<br />

Qing−jao sólo pudo llegar a una conclusión.<br />

−¿También eres una agraciada?<br />

La muchacha abrió mucho <strong>los</strong> ojos.<br />

−¿Yo? Mis padres son gente muy humilde. Mi padre extiende estiércol en <strong>los</strong> campos y mi madre<br />

friega en un restaurante.<br />

Naturalmente, eso no era ninguna respuesta. Aunque con frecuencia <strong>los</strong> dioses elegían a <strong>los</strong> hijos de<br />

<strong>los</strong> agraciados, se sabía que habían hablado a algunos cuyos padres nunca habían oído sus voces.<br />

Sin embargo, era una creencia común que si tus padres eran de muy baja extracción social, <strong>los</strong><br />

dioses no tendrían ningún interés en ti, y de hecho era muy raro que <strong>los</strong> dioses hablaran a aquel<strong>los</strong><br />

cuyos padres no tuvieran una buena educación.<br />

−¿Cómo te llamas? −preguntó Qing−jao.<br />

−Si Wang−mu −respondió la niña.<br />

Qing−jao jadeó y se cubrió la boca, para sofocar una carcajada. Pero Wang−mu no parecía<br />

enfadada: sólo sonrió y pareció impacientarse.<br />

−Lo siento −dijo Qing−jao cuando pudo hablar−. Pero ése es el nombre de...<br />

−La Real Madre del Oeste −completó Wang−mu−. ¿Tengo yo la culpa de que mis padre eligieran<br />

ese nombre para mí?<br />

−Es un nombre noble. Mi antepasada−del−corazón fue una gran mujer, pero sólo era mortal, una<br />

poetisa. La tuya es una de las más antiguas diosas.

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