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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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eficaz. Sin la intervención de la descolada de cada día, de cada hora, de cada minuto, las células<br />

empezaban a volverse viscosas, la producción de moléculas para almacenar energía vital se detenía,<br />

y (lo que más temían) las sinapsis del cerebro se disparaban con menos rapidez. Plantador estaba<br />

cubierto de tubos y electrodos, y yacía dentro de varios campos de observación, para que desde<br />

fuera Ela y sus ayudantes pequeninos pudieran seguir todos <strong>los</strong> aspectos de su muerte. Además,<br />

tomaban muestras de tejidos aproximadamente cada hora. El dolor de Plantador era tal que, cuando<br />

conseguía dormir, la muestra de tejidos no lo despertaba. Sin embargo, a pesar de todo, del dolor,<br />

del casi colapso que afectaba su cerebro, Plantador permaneció aturdidamente lúcido. Como si<br />

estuviera decidido por pura fuerza de voluntad a demostrar que, incluso sin la descolada, un<br />

pequenino podía ser inteligente. Plantador no lo hacía por la ciencia, naturalmente. Lo hacía por<br />

dignidad.<br />

Los investigadores no podían perder tiempo en turnarse como trabajadores en el interior, llevando el<br />

traje y permaneciendo sentados allí, viendo a Plantador, hablándole. Sólo gente como Miro, y <strong>los</strong><br />

hijos de Jakt y Valentine, Syfte, Lars, Ro, Varsam, y la mujer extraña y silenciosa llamada Plikt,<br />

gente que no tenía otros deberes urgentes que atender, que eran suficientemente pacientes para<br />

soportar la espera y lo bastante jóvenes para cumplir con sus deberes de precisión, sólo el<strong>los</strong> se<br />

encargaban de <strong>los</strong> turnos. Podían haber añadido unos cuantos pequeninos al turno, pero todos <strong>los</strong><br />

hermanos que sabían lo suficiente de las tecnologías humanas para realizar aquel trabajo formaban<br />

parte de <strong>los</strong> equipos de Ela o de Ouanda, y tenían demasiadas cosas que hacer. De todos aquel<strong>los</strong><br />

que pasaban el tiempo dentro de la habitación estéril con Plantador, sólo Miro conocía a <strong>los</strong><br />

pequeninos lo suficiente para comunicarse con el<strong>los</strong>. Miro podía hablarle en el Lenguaje de <strong>los</strong><br />

Hermanos. Eso tenía que suponer algún consuelo para él, aunque fueran virtualmente desconocidos,<br />

pues Plantador había nacido después de que Miro dejara Lusitania para realizar su viaje de treinta<br />

años.<br />

Plantador no estaba dormido. Tenía <strong>los</strong> ojos medio abiertos, mirando a la nada, pero Miro sabía, por<br />

el movimiento de <strong>los</strong> labios, que estaba hablando. Se recitaba fragmentos de algún poema épico de<br />

su tribu. A veces cantaba selecciones de genealogía tribal. Cuando empezó a hacerlo, Ela temió que<br />

hubiera empezado a delirar. Pero él insistió en que lo hacía para probar su memoria. Para asegurarse<br />

de que al perder la descolada no perdía a su tribu, lo que sería tanto como perderse a sí mismo.<br />

Ahora, mientras Miro subía el volumen de su traje, oyó a Plantador contando la historia de una<br />

terrible guerra contra el bosque de Hiendecie<strong>los</strong>, el "árbol que llamaba al trueno". Había una<br />

disgresión en mitad de la historia que hablaba de cómo Hiendecie<strong>los</strong> consiguió su nombre. Esta<br />

parte del relato parecía muy antigua y mística, una historia mágica acerca de un hermano que<br />

llevaba a las pequeñas madres a un lugar donde el cielo se abría y las estrellas caían al suelo.<br />

Aunque Miro estaba sumido en sus propios pensamientos sobre <strong>los</strong> descubrimientos del día (el<br />

origen de Jane, la idea de Grego y Olhado para viajar según <strong>los</strong> propios deseos), por algún motivo<br />

se dio cuenta de que prestaba atención a las palabras de Plantador. Y cuando la historia terminaba,<br />

Miro tuvo que interrumpir.<br />

−¿Cuántos años tiene esa historia?<br />

−Es vieja −susurró Plantador−. ¿Estabas escuchando?<br />

−La última parte. −Afortunadamente, podía hablar con Plantador sin problemas. O bien no se<br />

impacientaba con su lentitud al hablar (después de todo, Plantador no tenía prisa por ir a ninguna<br />

parte), o sus propios procesos cognitivos se habían refrenado para equipararse al ritmo de Miro.<br />

Fuera lo que fuese, Plantador le dejaba acabar sus propias frases, y le respondía como si hubiera

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