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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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−¡Quemémos<strong>los</strong> esta noche!<br />

−¡Quemémos<strong>los</strong> a todos!<br />

−¡Lusitania para nosotros, no para <strong>los</strong> animales!<br />

"¿Están locos? ¿Cómo pueden pensar que <strong>los</strong> dejaría matar a estos cerdis? El<strong>los</strong> no han hecho<br />

nada."<br />

−¡Es Guerrero! ¡Es a Guerrero y su bosque a quienes tenemos que castigar!<br />

−¡Castigad<strong>los</strong>!<br />

−¡Muerte a <strong>los</strong> cerdis!<br />

−¡Quemad<strong>los</strong>!<br />

−¡Fuego!<br />

"Un silencio momentáneo. Un instante de calma. Una oportunidad. Piensa en las palabras<br />

adecuadas. Piensa en algo para recuperar<strong>los</strong>, se te están escapando. Formaban parte de mi cuerpo,<br />

eran parte de mi esencia, pero ahora se escabullen, un espasmo y he perdido el control, si es que<br />

alguna vez he llegado a tenerlo. ¿Qué puedo decir en esta fracción de segundo de silencio para<br />

devolver<strong>los</strong> a la cordura?"<br />

Demasiado tiempo. Grego esperó demasiado para pensar en algo. Fue una voz infantil la que llenó<br />

el breve silencio, la voz de un niño que todavía no había alcanzado la adolescencia, exactamente el<br />

tipo de voz inocente que podría causar que la santa furia de sus corazones entrara en erupción, para<br />

llevar<strong>los</strong> a una acción<br />

irrevocable.<br />

−¡Por Quim y por Cristo! −gritó el niño.<br />

−¡Quim y Cristo! ¡Quim y Cristo!<br />

−¡No! −gritó Grego−. ¡Esperad! ¡No podéis hacer esto!<br />

Lo rodearon, lo derribaron. Estaba a gatas, alguien le pisó la mano. "¿Dónde está el banco en el que<br />

me había subido? Aquí está, agárrate, no dejes que te arrollen, me matarán si no me levanto, tengo<br />

que moverme con el<strong>los</strong>, levantarme y caminar con el<strong>los</strong>, correr con el<strong>los</strong> o me aplastarán."<br />

Entonces se marcharon, dejándolo atrás, rugiendo, gritando, el tumulto de pies saliendo de la plaza<br />

a las calles, mientras pequeñas llamas prendían, y las voces gritaban "Fuego" y "Quemad<strong>los</strong>" y<br />

"Quim y Cristo", fluyendo como una corriente de lava desde la plaza hacia el bosque que esperaba<br />

en la colina cercana.<br />

−Dios del cielo, ¿qué están haciendo?<br />

Era Valentine. Grego se arrodilló junto al banco, apoyándose en él, y vio que ella estaba a su lado,

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