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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Sólo unas pocas personas sabían lo precaria que era en realidad la supervivencia de Milagro. Sólo<br />

unas pocas personas sabían cuánto dependía del trabajo que Ela y Novinha, como xenobiólogas de<br />

Lusitania, estaban haciendo; lo igualada que estaba su competición con la descolada; lo<br />

devastadoras que serían las consecuencias si alguna vez quedaban atrás.<br />

Daba lo mismo. Si <strong>los</strong> colonos llegaran a comprenderlo, habría muchos que dirían: "si es inevitable<br />

que algún día la descolada nos venza, entonces acabemos con ella ahora. Si eso mata a <strong>los</strong> cerdis, lo<br />

sentimos, pero si se trata de el<strong>los</strong> o nosotros, elegimos nosotros". Estaba bien que Ender adoptara la<br />

visión a largo plazo, la perspectiva fi<strong>los</strong>ófica, y dijera: mejor que perezca una pequeña colonia<br />

humana que aniquilar a otra especie inteligente. Sabía que este argumento no significaría nada para<br />

<strong>los</strong> humanos de Lusitania. Sus propias vidas estaban aquí en juego, además de las de sus hijos. Sería<br />

absurdo esperar que estuvieran dispuestos a morir por otra especie a la que no comprendían y que<br />

pocos apreciaban. No tendría sentido genéticamente: la evolución anima sólo a las criaturas que se<br />

toman en serio proteger sus propios genes. Aunque el obispo declarara que era la voluntad de Dios<br />

que <strong>los</strong> seres humanos de Lusitania ofrecieran sus vidas a cambio de las de <strong>los</strong> cerdis, serían<br />

contados <strong>los</strong> que obedecerían.<br />

"No estoy seguro de poder hacer el sacrificio −pensó Ender−. Aunque no tengo hijos propios.<br />

Aunque ya he vivido la destrucción de otra especie inteligente (aunque yo mismo propicié esa<br />

destrucción, y sé la terrible carga moral que supone), no estoy seguro de poder permitir que mis<br />

semejantes humanos mueran de hambre, porque sus cosechas han sido destruidas, o mucho más<br />

dolorosamente, por el regreso de la descolada como enfermedad con el poder para consumir el<br />

cuerpo humano en cosa de días.<br />

"Sin embargo, ¿podría consentir la destrucción de <strong>los</strong> pequeninos? ¿Podría permitir otro<br />

xenocidio?"<br />

Recogió otro de <strong>los</strong> tal<strong>los</strong> rotos de patata con sus hojas manchadas. Tenía que llevarlo a Novinha,<br />

por supuesto, para que lo examinara, o lo haría Ela, y confirmarían lo que ya era obvio. Otro<br />

fracaso. Metió el tallo de patata en una bolsa esterilizada.<br />

−Portavoz.<br />

Era Plantador, el ayudante de Ender y su amigo más íntimo entre <strong>los</strong> cerdis. Plantador era el hijo del<br />

pequenino llamado Humano, a quien Ender había llevado a la "tercera vida", la etapa árbol del ciclo<br />

de vida pequenino. Ender alzó la bolsa de plástico transparente para que Plantador viera las hojas de<br />

su interior.<br />

−Muertas del todo, Portavoz −dijo Plantador, sin ninguna emoción discernible.<br />

Eso fue al principio lo más desconcertante de trabajar con <strong>los</strong> pequeninos: no mostraban emociones<br />

de forma que <strong>los</strong> humanos pudieran interpretar fácilmente. Era una de las mayores barreras para que<br />

la mayoría de <strong>los</strong> colonos <strong>los</strong> aceptaran. Los cerdis no se mostraban simpáticos o tiernos. Eran<br />

simplemente extraños.<br />

−Lo intentaremos de nuevo −dijo Ender−. Creo que nos estamos acercando.<br />

−Tu esposa te requiere −dijo Plantador.

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