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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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orde de la tabla. Los dioses se preocupaban por ella.<br />

En cuanto a Wang−mu, la muchacha se esforzó cuanto pudo. Dos veces, al retroceder desde el oeste<br />

para empezar de nuevo en el este, Qing−jao miró a Wang−mu y la vio dormida. Pero cuando<br />

empezó a pasar cerca del lugar donde estaba tendida, descubrió que su doncella secreta se había<br />

despertado y cambiado a un sitio que ya había seguido, tan silenciosamente que Qing−jao ni<br />

siquiera había oído sus movimientos. Buena chica. Una elección digna.<br />

Por fin, Qing−jao alcanzó el principio de la última tabla, una corta situada en el rincón. Estuvo a<br />

punto de hablar en voz alta, tal fue su alegría, pero se contuvo a tiempo. El sonido de su propia voz<br />

y la inevitable respuesta de Wang−mu seguramente la enviarían de nuevo al comienzo, sería una<br />

locura insoportable. Qing−jao se inclinó sobre el principio de la tabla, ya a menos de un metro de la<br />

esquina noroeste de la habitación, y empezó a seguir la línea más definida, que la condujo derecha a<br />

la pared. Había terminado.<br />

Qing−jao se desplomó contra la pared y empezó a reír, aliviada. Pero estaba tan débil y cansada que<br />

la risa debió de parecer un llanto a Wang−mu. En unos instantes la muchacha se colocó a su lado y<br />

le tocó el hombro.<br />

−Qing−jao −dijo−. ¿Sientes dolor?<br />

Qing−jao cogió la mano de la muchacha y la sostuvo.<br />

−No. O al menos no es un dolor que no pueda remediar el sueño. He terminado. Estoy limpia.<br />

Tan limpia, de hecho, que no sintió repugnancia cuando cogió la mano de Wang−mu, piel a piel, sin<br />

suciedad de ninguna clase. Era un regalo de <strong>los</strong> dioses tener a alguien a quien coger de la mano<br />

cuando su ritual acababa.<br />

−Lo has hecho muy bien −sonrió Qing−jao−. Me resultó más fácil concentrarme en las líneas<br />

contigo en la habitación.<br />

−Creo que me quedé dormida una vez, Qing−jao.<br />

−Tal vez dos. Pero te despertaste cuando importaba, y no hubo ningún daño.<br />

Wang−mu empezó a sollozar. Cerró <strong>los</strong> ojos pero no apartó la mano de Qing−jao para cubrirse la<br />

cara. Simplemente, dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas.<br />

−¿Por qué lloras, Wang−mu?<br />

−No lo sé. Realmente es difícil ser una agraciada por <strong>los</strong> dioses. No lo sabía.<br />

−Y también es difícil ser una verdadera amiga de <strong>los</strong> agraciados −dijo Qing−jao−. Por eso no quería<br />

que fueras mi sirvienta, me llamaras "sagrada" y temieras el sonido de mi voz. A ese tipo de<br />

servidora la tendría que echar de mi habitación cuando <strong>los</strong> dioses me hablaran.<br />

Las lágrimas de Wang−mu arreciaron.<br />

−Si Wang−mu, ¿te resulta demasiado penoso estar conmigo? −preguntó Qing−jao.

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