27.03.2013 Views

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Sendero ni una sola hora."<br />

−Prométemelo.<br />

"Lo haré. Lo prometo."<br />

Pero no pudo pronunciar las palabras en voz alta. No sabía por qué, pero su resistencia era profunda.<br />

En el silencio, mientras ella esperaba su juramento, oyeron el sonido de pies que corrían sobre la<br />

grava ante la puerta de la casa. Sólo podía ser Qing−jao, que regresaba del jardín de Sun Cao−pi.<br />

Sólo a Qing−jao se le permitía correr y hacer ruido durante esta hora de silencio. Esperaron,<br />

sabiendo que acudiría directamente a la habitación de su madre.<br />

La puerta se abrió, deslizándose casi sin ruido. Incluso Qing−jao había comprendido lo suficiente la<br />

causa del silencio para caminar con cuidado cuando se hallaba en presencia de su madre. Aunque<br />

avanzaba de puntillas, apenas podía evitar bailar, casi galopar sobre el suelo. Pero no pasó <strong>los</strong><br />

brazos alrededor del cuello de su madre, recordaba la lección aunque la terrible magulladura se<br />

había borrado de su cara: el ansioso abrazo de Qing−jao le había roto la mandíbula hacía tres meses.<br />

−He contado veintitrés carpas blancas en el arroyo del jardín −declaró Qing−jao.<br />

−¿Tantas? −preguntó Jiang−ging.<br />

−Creo que se estaban mostrando ante mí para que pudiera contarlas. Ninguna quería quedarse fuera.<br />

−Te quiero −susurró Jiang−ging.<br />

Han Fei−tzu oyó un nuevo sonido en la voz jadeante: un estallido, como burbujas rompiéndose con<br />

sus palabras.<br />

−¿Crees que ver tantas carpas significa que seré una agraciada? −preguntó Qing−jao.<br />

−Le pediré a <strong>los</strong> dioses que te hablen −aseguró Jiang−ging.<br />

De repente, la respiración de Jiang−ging se volvió rápida y entrecortada. Han Fei−tzu se arrodilló<br />

inmediatamente y miró a su esposa. Tenía <strong>los</strong> ojos muy abiertos, asustados. Había llegado el<br />

momento.<br />

Sus labios se movieron. "Prométemelo", articuló, aunque no pudo emitir más sonido que un jadeo.<br />

−Lo prometo −dijo Han Fei−tzu.<br />

Entonces la respiración se detuvo.<br />

−¿Qué dicen <strong>los</strong> dioses cuando te hablan? −preguntó Qing−jao.<br />

−Tu madre está muy cansada −dijo Han Fei−tzu−. Ahora debes irte.<br />

−Pero no me ha respondido. ¿Qué dicen <strong>los</strong> dioses?

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!