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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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la mayor obra de su vida. Si fracasaba ahora, sería indigna para siempre; nunca recobraría la pureza.<br />

Así que no fracasaría. No permitiría que este programa de ordenador la engañara y ganara su<br />

compasión.<br />

Se volvió hacia su padre.<br />

−Debemos notificarlo de inmediato al Congreso Estelar, para que puedan poner en marcha la<br />

desconexión automática de todos <strong>los</strong> ansibles en cuanto hayan preparado ordenadores limpios para<br />

reemplazar a <strong>los</strong> contaminados.<br />

Para su sorpresa, su padre sacudió la cabeza.<br />

−No sé, Qing−jao. Lo que esto..., lo que ella dice sobre el Congreso Estelar..., son capaces de este<br />

tipo de cosas. Algunos de sus miembros son tan malvados que con sólo hablar con el<strong>los</strong> me siento<br />

sucio. Sabía que pretendían destruir Lusitania, pero yo servía a <strong>los</strong> dioses, y <strong>los</strong> dioses eligieron, o<br />

eso creía. Ahora comprendo la forma en que me tratan cuando me reúno con el<strong>los</strong>, pero eso<br />

significaría que <strong>los</strong> dioses no..., ¿cómo puedo creer que me he pasado toda la vida sirviendo a una<br />

alteración cerebral? No puedo... Tengo que...<br />

Entonces, de repente, lanzó la mano izquierda hacia fuera trazando un círculo, como si intentara<br />

capturar a una mosca. Su mano derecha voló hacia arriba y agarró el aire. Entonces giró la cabeza<br />

una y otra vez sobre sus hombros, la boca abierta.<br />

Qing−jao se sintió aterrada, horrorizada. ¿Qué le sucedía a su padre? Hablaba de una forma<br />

fragmentada, entrecortada..., ¿se había vuelto loco?<br />

Él repitió la acción: el brazo izquierdo en espiral hacia fuera, la mano derecha hacia arriba,<br />

agarrando la nada, la cabeza rotando. Y otra vez. Sólo entonces se dio cuenta Qing−jao de que<br />

estaba viendo el ritual secreto de purificación de su padre. Igual que ella seguía líneas en las vetas<br />

de la madera, esta danza−de−las−manos−y−la−cabeza debía de ser la forma en que oyó la voz de<br />

<strong>los</strong> dioses cuando, en su época, lo dejaron cubierto de grasa en una habitación cerrada.<br />

Los dioses habían visto sus dudas, lo habían visto vacilar, y por eso tomaron control de él, para<br />

disciplinarlo y purificarlo. Qing−jao no podía haber recibido una prueba más clara de lo que estaba<br />

sucediendo. Se volvió hacia la pantalla del terminal.<br />

−¿Ves cómo se te oponen <strong>los</strong> dioses?<br />

−Veo cómo el Congreso humilla a tu padre −respondió Jane.<br />

−Enviaré de inmediato la noticia de tu identidad a todos <strong>los</strong> mundos −decidió Qing−jao.<br />

−¿Y si no te dejo?<br />

−¡No puedes detenerme! −gritó Qing−jao−. ¡Los dioses me ayudarán!<br />

Corrió a su habitación. Pero la cara estaba ya flotando en el aire sobre su propio terminal.<br />

−¿Cómo puedes enviar un mensaje a ninguna parte, si yo decido no permitirlo? −preguntó Jane.

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