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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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todas parecían pequeñas y frágiles. La mayoría medía cerca de un metro, no metro y medio,<br />

mientras que la reina tendría unos tres. Y la altura no lo era todo. Sus alas cubiertas parecían<br />

enormes, pesadas, casi metálicas, con un arco iris de colores que reflejaban la luz. Su abdomen era<br />

largo y lo suficientemente grueso para contener el cadáver entero de un humano. Sin embargo, se<br />

estrechaba, como un embudo, hasta un oviscapto en la punta que brillaba con un líquido amarillento<br />

transparente, denso y pegajoso, y que se hundía en un agujero en el suelo, todo lo posible, y luego<br />

volvía a salir, el<br />

fluido siguiéndolo como baba, por todo el agujero.<br />

Resultaba grotesco y aterrador que una criatura tan grande actuara de forma tan parecida a un<br />

insecto, pero aquello no preparó a Valentine para lo que sucedió a continuación. Pues en vez de<br />

hundir simplemente el oviscapto en otro agujero, la reina se volvió y agarró a una de las obreras<br />

cercanas. Sujetando al tembloroso insector entre sus largas patas delanteras, lo atrajo hacia sí y le<br />

arrancó las patas, una a una. Mientras cada pata era arrancada, <strong>los</strong> restantes miembros gesticulaban<br />

cada vez más salvajemente, como en un grito silencioso. Valentine se sintió aliviada cuando la<br />

última pata quedó arrancada y el grito desapareció por fin de su vista.<br />

Entonces la reina colmena empujó a la obrera sin patas hacia el siguiente agujero, de cabeza. Sólo<br />

entonces colocó su oviscapto sobre el agujero. Mientras Valentine seguía observando, el fluido en<br />

la punta del oviscapto pareció espesarse y convertirse en una pelota. Pero no era fluido después de<br />

todo, no enteramente. Dentro de la gran gota había un huevo blando, como gelatina. La reina<br />

colmena se movió para que su cara recibiera directamente la luz del sol, y sus ojos multifacetados<br />

brillaron como cientos de estrellas esmeralda. Entonces el oviscapto se hundió. Cuando salió, el<br />

huevo todavía se aferraba al extremo, pero en la siguiente emergencia desapareció. Varias veces<br />

más el abdomen se precipitó hacia abajo, y cada vez surgió con más cadenas de fluido confluyendo<br />

hacia la punta.<br />

−Nossa Senhora −susurró Miro.<br />

Valentine reconoció las palabras por su equivalente español: Nuestra Señora. Por lo general era una<br />

expresión casi carente de significado, pero ahora se convertía en una repulsiva ironía. En esta<br />

profunda caverna no estaba la Santa Virgen. La reina colmena era Nuestra Señora de la Oscuridad.<br />

Ponía huevos sobre <strong>los</strong> cadáveres de las obreras, para alimentar a las larvas cuando maduraran.<br />

−No puede ser siempre así −casi rogó Plikt.<br />

Durante un momento, Valentine simplemente se sorprendió de oír su voz. Entonces advirtió lo que<br />

Plikt decía, y que tenía razón. Si una obrera viva tenía que ser sacrificada por cada insector que<br />

salía del huevo, sería imposible que la población aumentara. De hecho, habría sido imposible que<br />

esta colmena llegara a existir en primer lugar, ya que la reina tuvo que dar vida a sus primeros<br />

huevos sin el beneficio de ninguna obrera mutilada para alimentar<strong>los</strong>.<br />

<br />

Aquello apareció en la mente de Valentine como si fuera una idea propia. La reina colmena sólo<br />

tenía que colocar el cuerpo de una obrera viva en el huevo cuando éste fuera a convertirse en una<br />

nueva reina. Pero la idea no pertenecía a Valentine: había demasiada certeza para serlo. No había<br />

ninguna forma en que ella pudiera conocer esta información, y sin embargo la idea le había llegado<br />

clara, incuestionable, de repente. Como Valentine había imaginado siempre que oían la voz de Dios<br />

<strong>los</strong> antiguos profetas y místicos.

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