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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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y le ayudó a levantar el árbol para que el chiquillo que yacía debajo de él pudiera liberarse. ¿Cómo<br />

podía morir cuando formaba parte de algo como esto, parte del salvamento de este muchacho?<br />

−¡Por Quim y Cristo! −gimió el niño mientras se arrastraba para ponerse fuera del alcance de las<br />

llamas.<br />

Aquí estaba, el niño cuyas palabras habían llenado el silencio y vuelto a la multitud en esta<br />

dirección. "Tú lo hiciste −pensó Grego−. Tú <strong>los</strong> apartaste de mí."<br />

El niño lo miró y lo reconoció.<br />

−¡Grego! −gritó, y se abalanzó hacia delante. Sus manos se agarraron a <strong>los</strong> mus<strong>los</strong> de Grego, su<br />

cabeza se apoyó contra su cadera−.¡Tío Grego!<br />

Era el hijo mayor de Olhado, Nimbo.<br />

−¡Lo hicimos! −gritó Nimbo−. ¡Por el tío Quim!<br />

Las llamas chisporroteaban. Grego alzó al niño y lo apartó del alcance de las llamas más peligrosas,<br />

y luego lo llevó más allá, a la oscuridad, a un lugar donde hacía fresco. Todos <strong>los</strong> hombres se<br />

dirigieron hacia allí, pues las llamas <strong>los</strong> conducían, y el viento impulsaba a las llamas. La mayoría<br />

estaba como Grego, agotados, asustados, doloridos por efecto del fuego o tras haber ayudado a<br />

alguien.<br />

Pero algunos, tal vez muchos, no habían sido tocados más que por el fuego interno que Grego y<br />

Nimbo habían encendido en la plaza.<br />

−¡Quemad<strong>los</strong> a todos!<br />

Voces aquí y allá, turbas más pequeñas como remolinos diminutos en una corriente mayor, pero<br />

ahora sostenían antorchas y tizones que habían encendido en el fuego que ardía en el corazón del<br />

bosque.<br />

−¡Por Quim y Cristo! ¡Por Pipo y Libo! ¡No más árboles! ¡No más árboles!<br />

Grego avanzó, tambaleándose.<br />

−Suéltame −pidió Nimbo.<br />

Siguió avanzando.<br />

−Puedo caminar.<br />

Pero la misión de Grego era demasiado urgente. No podía detenerse por Nimbo, no podía dejar<br />

caminar al niño, no podía esperarlo y tampoco podía dejarlo atrás. No se abandona al hijo del<br />

hermano en un bosque incendiado. Así que lo llevó, y después de un rato, las piernas y <strong>los</strong> brazos<br />

doloridos por el esfuerzo, el hombro convertido en un blanco sol de agonía en el lugar donde se<br />

había quemado, salió del bosque y llegó a la vieja verja, al sendero que conducía a <strong>los</strong> laboratorios<br />

xenobiológicos.

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