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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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−¿Cómo es que estás enterada de la Flota Lusitania?<br />

−Sé leer, ¿no? −replicó Wang−mu, quizás un poco orgul<strong>los</strong>amente.<br />

Pero ¿por qué no iba a estar orgul<strong>los</strong>a? Qing−jao le había dicho, sinceramente, que aprendía muy<br />

rápido, y deducía muchas cosas por su cuenta. Era muy inteligente, y Qing−jao sabía que no debería<br />

sorprenderse si Wang−mu comprendía más de lo que le decía directamente.<br />

−Puedo ver lo que aparece en tu terminal −dijo Wang−mu−, y siempre tiene que ver con la Flota<br />

Lusitania. También lo discutiste con tu padre el primer día que vine aquí. No comprendí la mayor<br />

parte de lo que dijisteis, pero supe que tenía relación con la Flota Lusitania. −La voz de Wang−mu<br />

se llenó súbitamente de repulsión−. Ojalá que <strong>los</strong> dioses orinaran en la cara del hombre que envió<br />

esa flota.<br />

Su vehemencia fue sorprendente; el hecho de que hablara contra el Congreso Estelar, increíble.<br />

−¿Sabes quién envió la flota? −preguntó Qing−jao.<br />

−Por supuesto. Fueron <strong>los</strong> políticos egoístas del Congreso Estelar, que intentan destruir toda la<br />

esperanza de que un mundo colonial obtenga su independencia.<br />

Así que Wang−mu sabía que hablaba traicioneramente. Qing−jao recordó sus propias palabras de<br />

hacía tiempo, tan similares, con repulsa. Oírlas de nuevo, en su presencia, y en boca de su doncella<br />

secreta, era abrumador.<br />

−¿Qué sabes tú de esas cosas? Son cuestiones para el Congreso, y aquí estás hablando de<br />

independencia y colonias y..<br />

Wang−mu se arrodilló, la cabeza inclinada hasta el suelo. Qing−jao se avergonzó casi<br />

inmediatamente de haber hablado con tanta brusquedad.<br />

−Oh, levántate, Wang−mu.<br />

−Estás enfadada conmigo.<br />

−Estoy sorprendida por oírte hablar así, eso es todo. ¿Dónde oíste esa tontería?<br />

−Todo el mundo lo dice.<br />

−Todo el mundo no. Mi padre nunca lo dice. Por otro lado, Demóstenes dice ese tipo de cosas<br />

constantemente.<br />

Qing−jao recordó lo que había sentido la primera vez que leyó las palabras de Demóstenes, lo<br />

lógicas y justas que le habían parecido. Sólo después, después de que su padre le explicara que<br />

Demóstenes era el enemigo de <strong>los</strong> gobernantes y por tanto el enemigo de <strong>los</strong> dioses, advirtió lo<br />

engañosas y sibilinas que eran las palabras del traidor, qué casi la sedujeron para que creyera que la<br />

Flota Lusitania era maligna. Si Demóstenes había estado a punto de engañar a una muchacha<br />

educada y elegida por <strong>los</strong> dioses como Qing−jao, no era de extrañar que una muchacha normal y<br />

corriente repitiera sus palabras.

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