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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Miraron en silencio a Wang−mu, a Qing−jao, y no dijeron nada.<br />

−Ender −llamó la voz en su oído.<br />

Ender había estado escuchando en silencio, mientras viajaba en el coche que conducía Varsam.<br />

Durante la última hora, Jane le había dejado escuchar su conversación con la gente de Sendero,<br />

traduciendo para él cada vez que hablaban en chino en vez de en stark.<br />

Habían pasado muchos kilómetros de pradera mientras escuchaba, pero no <strong>los</strong> había visto: ante su<br />

mente se hallaban las personas tal como las imaginaba. Han Fei−tzu... Ender conocía ese nombre,<br />

unido como estaba al tratado que acababa con su esperanza de que una rebelión de <strong>los</strong> mundos<br />

coloniales pusiera fin al Congreso, o al menos retirara su flota de Lusitania. Pero ahora la existencia<br />

de Jane, y tal vez la supervivencia de Lusitania y todos sus habitantes, reposaba en lo que pensaran,<br />

dijeran y decidieran dos muchachitas que se encontraban en un dormitorio en un oscuro mundo<br />

colonial.<br />

"Qing−jao, te conozco bien −pensó Ender−. Eres muy inteligente, pero la luz que ves procede<br />

enteramente de las historias de tus dioses. Eres como <strong>los</strong> hermanos pequeninos que permanecieron<br />

sentados y vieron morir a mi hijastro, capaces a la vez de salvarlo caminando unos pocos metros<br />

para coger su comida con <strong>los</strong> agentes anti−descolada; no fueron culpables de asesinato. Más bien<br />

fueron culpables de creer demasiado en una historia que les contaron. La mayoría de la gente es<br />

capaz de mantener a raya las historias que les cuentan, para guardar cierta distancia entre la historia<br />

y su corazón. Mas para estos hermanos, y para ti, Qing−jao, la terrible mentira se ha convertido en<br />

la historia verdadera, el relato que debéis creer para seguir siendo vosotros mismos. ¿Cómo puedo<br />

reprocharte que desees nuestra muerte? Estás tan llena de la magnitud de <strong>los</strong> dioses, que no sientes<br />

compasión ninguna por preocupaciones tan insignificantes como las vidas de tres especies de<br />

raman. Te conozco, Qing−jao, y no espero que te comportes de forma diferente. Quizás algún día,<br />

al enfrentarte a las consecuencias de tus propias acciones, puedas cambiar, pero lo dudo. Pocos son<br />

<strong>los</strong> que consiguen liberarse de una historia tan poderosa cuando <strong>los</strong> tienen capturados.<br />

"Pero tú, Wang−mu, no perteneces a historia alguna. No confías en nada más que en tu propio<br />

juicio. Jane me ha contado lo que eres, lo fenomenal que debe de ser tu mente, para aprender tantas<br />

cosas tan rápidamente, para adquirir una comprensión tan profunda de las personas que te rodean.<br />

¿Por qué no pudiste ser un poco más sabia? Naturalmente, tenías que darte cuenta de que Jane no<br />

podría actuar de ninguna forma que causara la destrucción de Sendero..., pero ¿por qué no has sido<br />

lo bastante sabia para guardar silencio, para dejar que Qing−jao ignorase ese hecho? ¿Por qué no<br />

has podido guardarte parte de la verdad para salvar la vida de Jane? Si un posible asesino, la espada<br />

desenvainada, viniera a tu puerta exigiendo que le revelaras el paradero de su víctima inocente, ¿le<br />

dirías que se esconde detrás de tu puerta? ¿O mentirías y le harías seguir tu camino? En su<br />

confusión, Qing−jao es ese asesino, y Jane su primera víctima, y el mundo de Lusitania espera para<br />

ser asesinado a continuación. ¿Por qué tuviste que hablar, y decirle lo fácilmente que podría<br />

encontrarnos y matarnos a todos?"<br />

−¿Qué puedo hacer? −preguntó Jane.<br />

Ender subvocalizó su respuesta.<br />

−¿Por qué me formulas una pregunta que sólo tú puedes responder?

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