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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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historia tan compleja, y sin embargo contada de forma tan simple, que mucha gente la leía y se<br />

sentía conmovida por ella cuando eran niños. Wang−mu la había leído por primera vez en voz alta a<br />

<strong>los</strong> cinco años. Era una de las historias grabadas más profundamente en su alma.<br />

Había soñado, no una vez, sino dos, que conocía al propio Hegemón, Peter, sólo que él insistió en<br />

que lo llamara por su nombre en clave, Locke. Wang−mu se sentía a la vez fascinada y repelida por<br />

él; no podía apartar la mirada. Entonces él extendió la mano y dijo: "Si Wang−mu, Real Madre del<br />

Oeste, sólo tú eres una consorte adecuada para el gobernante de toda la humanidad", y la tomaba y<br />

se casaba con ella y la sentaba junto a él en su trono.<br />

Por supuesto, sabía que casi todas las niñas pobres soñaban con casarse con un hombre rico o<br />

descubrir que era realmente la hija de una familia rica o alguna otra tontería por el estilo. Pero<br />

también <strong>los</strong> dioses enviaban sueños, y había verdad en cualquier sueño que se repitiera, todo el<br />

mundo lo sabía. Por eso todavía sentía una fuerte afinidad hacia Peter Wiggin; y ahora, al<br />

comprender que Demóstenes, por quien sentía tanta admiración, era su hermana..., casi era<br />

demasiada coincidencia para poder soportarla. "¡No me importa lo que diga mi señora, Demóstenes!<br />

−gritó<br />

Wang−mu en silencio−. Te quiero de todas formas, porque me has dicho la verdad toda mi vida. Y<br />

te amo también como hermana del Hegemón, que es el marido de mis sueños."<br />

Wang−mu sintió que el aire de la habitación cambiaba y comprendió que habían abierto la puerta.<br />

Miró y allí estaba Mu−pao, la vieja y temible ama de llaves, el terror de todos <strong>los</strong> criados,<br />

incluyendo a la propia Wang−mu, aunque Mu−pao tenía relativamente poco poder sobre una<br />

doncella secreta. De inmediato, Wang−mu se dirigió a la puerta, lo más silenciosamente posible,<br />

para no interrumpir la purificación de Qing−jao.<br />

Una vez en el pasillo, Mu−pao cerró la puerta de la habitación para que Qing−jao no pudiera oírla.<br />

−El Maestro Han llama a su hija. Está muy agitado. Gritó hace un rato y asustó a todo el mundo.<br />

−Oí el grito −asintió Wang−mu−. ¿Está enfermo?<br />

−No lo sé. Está muy agitado. Me envió a buscar a tu señora para decirle que debe hablar con ella de<br />

inmediato. Pero si está comulgando con <strong>los</strong> dioses, lo comprenderá. Asegúrate de decirle que vaya a<br />

verlo en cuanto haya acabado.<br />

−Se lo diré ahora. Me ha dicho que nada debe impedirle responder a la llamada de su padre.<br />

Mu−pao pareció horrorizarse ante la idea.<br />

−Pero está prohibido interrumpir cuando <strong>los</strong> dioses están...<br />

−Qing−jao cumplirá una penitencia mayor más tarde. Querrá saber por qué la llama su padre.<br />

Wang−mu sintió gran satisfacción al poner a Mu−pao en su sitio. "Puede que seas la gobernanta de<br />

<strong>los</strong> sirvientes de la casa, Mu−pao, pero yo soy la que tiene el poder de interrumpir incluso la<br />

conversación entre mi señora y <strong>los</strong> propios dioses."<br />

Como Wang−mu esperaba, la primera reacción de Qing−jao al ser interrumpida fue de amarga<br />

frustración, furia, llanto. Pero cuando Wang−mu se inclinó abyectamente en el suelo, Qing−jao se

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