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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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La palabra "esposa", incluso traducida a un lenguaje humano como el stark, estaba tan cargada de<br />

tensión para un pequenino que le resultaba difícil pronunciarla de modo natural. Plantador casi<br />

apretó <strong>los</strong> dientes al decirla. Sin embargo, la idea de tener esposa era tan poderosa para <strong>los</strong><br />

pequeninos que, aunque podían llamar a Novinha por su nombre cuando le hablaban directamente,<br />

al hablar con su marido sólo se referían a ella por su título.<br />

−Iba a ir a verla de todas formas −dijo Ender−. ¿Quieres medir y registrar estas patatas, por favor?<br />

Plantador saltó para enderezarse. "Como una palomita de maíz", pensó Ender. Aunque su cara<br />

pareció inexpresiva para <strong>los</strong> ojos humanos, el salto vertical mostraba su deleite. A Plantador le<br />

encantaba trabajar con el equipo electrónico, porque las máquinas le fascinaban y porque eso añadía<br />

grandeza a su posición entre <strong>los</strong> otros machos pequeninos. Plantador empezó inmediatamente a<br />

sacar la cámara y su ordenador de la bolsa que siempre llevaba consigo.<br />

−Cuando acabes, prepara por favor esta sección aislada para quemarla −pidió Ender.<br />

−Sí sí −respondió Plantador−. Sí sí sí.<br />

Ender suspiró. Los pequeninos se molestaban cuando <strong>los</strong> humanos les decían cosas que ya sabían.<br />

Plantador conocía la rutina que debía ejecutar cuando la descolada se había adaptado a una nueva<br />

cosecha: el virus "educado" tenía que ser destruido mientras estaba aún aislado. No tenía sentido<br />

dejar que toda la comunidad de virus de la descolada se beneficiara de lo que había aprendido un<br />

cultivo. Así que Ender no tendría que habérselo recordado. Sin embargo, era así como <strong>los</strong> seres<br />

humanos satisfacían su sentido de la responsabilidad: comprobando una y otra vez, aunque sabían<br />

que era innecesario.<br />

Plantador estaba tan atareado que apenas advirtió que Ender se marchaba. Cuando Ender llegó al<br />

cobertizo al final del campo, se desnudó, puso sus ropas en la caja de purificación, y luego ejecutó<br />

la danza purificadora: las manos arriba, <strong>los</strong> brazos rotando, trazar un círculo, agacharse y volverse a<br />

poner de pie, para que la combinación de radiación y gases que llenaban el cobertizo alcanzaran<br />

todas las partes de su cuerpo. Inspiró profundamente por la nariz y la boca, y luego tosió, como<br />

siempre, porque <strong>los</strong> gases apenas alcanzaban <strong>los</strong> límites de la tolerancia humana. Tres minutos<br />

completos con <strong>los</strong> ojos ardiendo y <strong>los</strong> pulmones abrasados, agitando <strong>los</strong> brazos, agachándose y<br />

poniéndose en pie: "Nuestro ritual de obediencia a la descolada todopoderosa. Así nos humillamos<br />

ante la dueña indiscutida de la vida en este planeta. Finalmente, se terminó. Ya me he asado lo<br />

suficiente", pensó.<br />

Mientras el aire fresco entraba por fin en el cobertizo, sacó sus ropas de la caja y se las puso,<br />

todavía calientes. En cuanto dejara el cobertizo, éste se calentaría hasta que su superficie entera<br />

estuviera muy por encima de la tolerancia demostrada al calor por el virus de la descolada. Nada<br />

podía vivir en ese cobertizo durante el último paso de la purificación. La siguiente vez que alguien<br />

entrara en él, estaría absolutamente estéril.<br />

Sin embargo, Ender no podía dejar de pensar que, de algún modo, el virus encontraría una forma de<br />

abrirse paso, si no a través del cobertizo, entonces por la leve barrera disruptiva que rodeaba la zona<br />

de cultivos experimentales como una muralla invisible. Oficialmente, ninguna molécula mayor que<br />

un centenar de átomos podía atravesar esa barrera sin ser rota. Las verjas a cada lado de la barrera<br />

impedían que <strong>los</strong> humanos y <strong>los</strong> cerdis se perdieran en aquella zona fatal, pero Ender imaginaba a<br />

menudo lo que sucedería si alguien atravesaba el campo disruptor. Todas las células de su cuerpo<br />

morirían al instante mientras <strong>los</strong> ácidos nucleicos se descomponían. Tal vez el cuerpo se mantuviera

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