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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Por fin, de todos <strong>los</strong> humanos sólo quedaron Miro, Grego y Nimbo. A su alrededor también <strong>los</strong><br />

cerdis observaban asombrados, pero no con terror, pues no tenían insectos de pesadilla acechando<br />

sus sueños como sucedía con <strong>los</strong> humanos. Además, <strong>los</strong> insectores habían acudido a el<strong>los</strong> como<br />

salvadores y protectores. Lo que pesaba más sobre el<strong>los</strong> no era curiosidad hacia <strong>los</strong> desconocidos,<br />

sino pena por lo que habían perdido.<br />

−Humano pidió a la reina colmena que <strong>los</strong> ayudara, pero ella dijo que no podía matar humanos<br />

−explicó Miro−. Entonces Jane vio el fuego desde <strong>los</strong> satélites y se lo comunicó a Andrew Wiggin.<br />

Él habló con la reina y le indicó lo que tenía que hacer. Que no tendría que matar a nadie.<br />

−¿No van a matarnos? −preguntó Nimbo.<br />

Grego advirtió que Nimbo había pasado <strong>los</strong> últimos minutos creyendo que iba a morir. Entonces se<br />

dio cuenta de que también lo había esperado él, y que sólo ahora, con la explicación de Miro, estaba<br />

seguro de que no habían venido a castigar<strong>los</strong> por lo que habían provocado esta noche. O, más bien,<br />

por lo que él había puesto en movimiento, preparado por el pequeño empujoncito que Nimbo, en su<br />

inocencia, había dado.<br />

Lentamente, Grego se arrodilló y soltó al niño. Los brazos apenas le respondían y el dolor de su<br />

hombro era insoportable. Empezó a llorar. Pero no lo hacía por el dolor.<br />

Los insectores se movieron rápidamente. La mayoría permaneció allí, tomando posiciones alrededor<br />

del perímetro de la ciudad. Unos cuantos volvieron a subir a <strong>los</strong> voladores, uno en cada máquina, y<br />

las devolvieron al cielo, volando sobre el bosque incendiado y la hierba quemada, para rociarlo con<br />

algo que cubrió el fuego y lo consumió lentamente.<br />

El obispo Peregrino se encontraba en la baja pared de cimientos que había sido levantada aquella<br />

mañana. Todo el pueblo de Lusitania estaba congregado, sentado en la hierba. Usó un pequeño<br />

amplificador, para que nadie dejara de enterarse de sus palabras. Pero probablemente no lo habría<br />

necesitado: todos permanecían en silencio, incluso <strong>los</strong> niños pequeños, que parecían percibir el<br />

ambiente sombrío.<br />

Tras el obispo se hallaba el bosque, ennegrecido pero no carente de vida del todo: unos cuantos<br />

árboles volvían a reverdecer. Ante él se encontraban <strong>los</strong> cadáveres cubiertos, cada uno junto a su<br />

tumba. El más cercano de todos era el de Quim, el padre Esteváo. Los otros pertenecían a <strong>los</strong><br />

humanos que habían muerto dos noches atrás, bajo <strong>los</strong> árboles y en el incendio.<br />

−Estas tumbas formarán el suelo de la capilla, de forma que cada vez que entremos en ella pisemos<br />

sobre <strong>los</strong> cuerpos de <strong>los</strong> muertos. Los cuerpos de aquel<strong>los</strong> que murieron mientras intentaban llevar<br />

muerte y desolación a nuestros hermanos <strong>los</strong> pequeninos. Por encima de todos, el cuerpo del padre<br />

Esteváo, que murió intentando llevar el evangelio de Jesucristo a un bosque de herejes. Murió<br />

martirizado. Los demás murieron con asesinato en el corazón y sangre en las manos.<br />

"Hablo muy claramente, para que el Portavoz de <strong>los</strong> Muertos no tenga que añadir ninguna palabra<br />

después de mí. Hablo muy claramente, como habló Moisés a <strong>los</strong> hijos de Israel después de que<br />

adoraran al becerro de oro y rechazaran su alianza con Dios. De todos nosotros, sólo hay un puñado<br />

que no comparten la culpa de este crimen. El padre Esteváo, que murió puro, y cuyo nombre estaba<br />

en <strong>los</strong> blasfemos labios de aquel<strong>los</strong> que mataron. El Portavoz de <strong>los</strong> Muertos y <strong>los</strong> que viajaron con<br />

él para traer a casa el cadáver de este sacerdote martirizado. Y Valentine, la hermana del Portavoz,

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