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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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MANOS LIMPIAS<br />

− Lo más desagradable de <strong>los</strong> seres humanos es que no experimentan metamorfosis. Tu gente y la<br />

mía nacen como larvas, pero nos transformamos en algo superior antes de reproducirnos. Los<br />

seres humanos son larvas toda la vida.<br />

− Los humanos sí tienen metamorfosis. Cambian su identidad constantemente. Sin embargo, codo<br />

nuevo identidad se baso en la ilusión de que siempre estuvo en posesión del cuerpo que acaba de<br />

conquistar.<br />

− Esos cambios son superficiales. Lo naturaleza del organismo sigue siendo lo misma. Los<br />

humanos se sienten muy orgul<strong>los</strong>os de sus cambios, pero todo transformación imaginado se<br />

convierte en una nueva serie de excusas para que el individuo se comporte exactamente como lo ha<br />

hecho siempre.<br />

− Sois demasiado diferentes de <strong>los</strong> humanos para llegar a comprender<strong>los</strong>.<br />

− Sois demasiado similares a <strong>los</strong> humanos para poder ver<strong>los</strong> con claridad.<br />

Los dioses hablaron por primera vez a Qing−jao cuando tenía siete años. Durante algún tiempo ella<br />

no advirtió que estaba oyendo la voz de un dios. Sólo sabía que sus manos estaban sucias, cubiertas<br />

de un repugnante limo invisible, y que tenía que purificarlas.<br />

Las primeras veces, un simple lavado bastaba, y entonces se sentía mejor durante días. Pero a<br />

medida que transcurría el tiempo, la sensación de suciedad regresaba cada vez más pronto, y hacía<br />

falta frotar más para eliminarla, hasta que tuvo que lavarse varias veces al día, usando un cepillo de<br />

cerdas duras para frotarse las manos hasta que sangraban. Sólo cuando el dolor era insoportable se<br />

sentía limpia, aunque apenas durante unas horas cada vez.<br />

No se lo dijo a nadie: supo instintivamente que tenía que mantener en secreto la suciedad de sus<br />

manos. Todo el mundo sabía que lavarse las manos era uno de <strong>los</strong> primeros signos de que <strong>los</strong> dioses<br />

hablaban a un niño, y la mayoría de <strong>los</strong> padres del mundo de Sendero observaban esperanzados a<br />

sus hijos en busca de signos de excesiva preocupación por la limpieza. Pero lo que esta gente no<br />

comprendía era el terrible autoconocimiento que conducía a <strong>los</strong> lavados: el primer mensaje de <strong>los</strong><br />

dioses trataba de la insoportable suciedad de aquel a quien hablaban. Qing−jao ocultó sus lavados<br />

de manos, no porque estuviera avergonzada de que <strong>los</strong> dioses le hablaran, sino porque estaba<br />

convencida de que si alguien sabía lo vil que era, la despreciarían.<br />

Los dioses conspiraron con ella en secreto. Le permitieron restringir sus salvajes frotes a las palmas<br />

de sus manos. Esto significaba que, cuando sus manos estaban malheridas, podía cerrar <strong>los</strong> puños o<br />

metérselas en <strong>los</strong> pliegues de la falda al andar, o colocarlas mansamente sobre el regazo cuando se<br />

sentaba, y nadie las advertía. Sólo veían a una niñita muy bien educada.<br />

Si su madre hubiera vivido, el secreto de Qing−jao se habría descubierto mucho antes. En su<br />

situación, transcurrieron meses antes de que un sirviente se diera cuenta. La gorda Mu−pao<br />

descubrió una mancha de sangre en el pequeño mantel de la mesa donde Qing−jao tomaba el<br />

desayuno. Mu−pao supo de inmediato lo que significaba aquello: ¿no eran las manos<br />

ensangrentadas un primer signo de la atención de <strong>los</strong> dioses? Por eso muchos padres ambiciosos<br />

forzaban a un niño particularmente prometedor a lavarse continuamente. Por todo el mundo de

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