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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Cuando Miro se marchó para reunirse con Valentine, Ender pensó que a la vuelta se sorprendería<br />

por <strong>los</strong> grandes cambios que se producirían en el mundo de Lusitania. Pensaba que Miro vería a<br />

humanos y pequeninos trabajando codo con codo, dos especies conviviendo en armonía. En<br />

cambio, Miro encontraría la colonia casi igual. Con raras excepciones, <strong>los</strong> seres humanos de<br />

Lusitania no ansiaban la intimidad con otra especie.<br />

Fue buena cosa que Ender ayudara a la reina colmena a restaurar la especie de <strong>los</strong> insectores tan<br />

lejos de Milagro. Ender pretendía ayudar a que insectores y humanos llegaran a conocerse<br />

gradualmente. En cambio, Novinha y él y su familia se habían visto obligados a mantener en<br />

secreto la existencia de <strong>los</strong> insectores en Lusitania. Si <strong>los</strong> colonos humanos no podían tratar con <strong>los</strong><br />

pequeninos, que parecían mamíferos, no cabía duda de que la existencia de <strong>los</strong> insectores, con su<br />

aspecto de insectos, provocaría una violenta xenofobia casi de inmediato.<br />

"Guardo demasiados secretos −pensó Ender−. Durante todos estos años he sido portavoz de <strong>los</strong><br />

muertos, descubriendo secretos y ayudando a la gente a vivir a la luz de la verdad. Ahora ya no<br />

ansío decirle a nadie la mitad de lo que sé, porque si revelara toda la verdad habría miedo, odio,<br />

brutalidad, asesinato, guerra."<br />

No lejos de la verja, pero fuera de ella, se alzaban <strong>los</strong> padres−árbol, uno llamado Raíz, el otro<br />

Humano, plantados de forma que desde la verja parecía que Raíz estaba a la izquierda, y Humano a<br />

la derecha. Humano era el pequenino a quien Ender tuvo que matar ritualmente con sus propias<br />

manos, según lo requerido para sellar el tratado entre humanos y pequeninos. Entonces Humano<br />

renació en celu<strong>los</strong>a y clorofila, convertido finalmente en un macho adulto maduro, capaz de<br />

engendrar hijos.<br />

En este momento Humano aún tenía un enorme prestigio, no sólo entre <strong>los</strong> cerdis de su tribu, sino<br />

también en muchas otras tribus. Ender sabía que estaba vivo: sin embargo, al ver el árbol, le<br />

resultaba imposible olvidar cómo había muerto Humano.<br />

Ender no tenía ningún problema para tratar a Humano como a una persona, pues había hablado con<br />

este padre−árbol muchas veces. Lo difícil era considerar a este árbol la misma persona a la que<br />

había conocido como el pequenino llamado Humano. Ender comprendía intelectualmente que la<br />

identidad de una persona estaba compuesta de voluntad y memoria, y que voluntad y memoria<br />

habían pasado intactas del pequenino al padre−árbol. Pero la comprensión intelectual no siempre<br />

trae consigo una creencia visceral. Humano era muy extraño ahora.<br />

Sin embargo, seguía siendo Humano, y seguía siendo amigo de Ender. El Portavoz tocó la corteza<br />

del árbol al pasar. Luego, desviándose unos pocos pasos, se acercó al otro padre−árbol llamado<br />

Raíz, y acarició también su corteza. Nunca había llegado a conocer a Raíz como pequenino: Raíz<br />

había muerto por otras manos, y este árbol era ya alto y grande antes de que Ender llegara a<br />

Lusitania. No había ningún sentido de pérdida que lo preocupara cuando hablaba con Raíz.<br />

En la base de Raíz, entre las raíces, había muchos pa<strong>los</strong>. Algunos habían sido traídos aquí; otros<br />

estaban hechos de las propias ramas de Raíz. Eran pa<strong>los</strong> para hablar. Los pequeninos <strong>los</strong> usaban<br />

para marcar un ritmo en el tronco de un padre−árbol, y éste formaba y reformaba las zonas huecas<br />

de su interior para cambiar el<br />

sonido, para producir una lenta especie de habla. Ender sabía llevar el ritmo con suficiente destreza<br />

para entender palabras de <strong>los</strong> árboles.

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