27.03.2013 Views

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

−¿Cómo podría hacer eso? −dijo Wang−mu−. Si no te trato con respeto, <strong>los</strong> demás dirán que soy<br />

indigna. Me castigarán cuando no estés mirando. Las dos caeremos en desgracia.<br />

−Por supuesto que me tratarás con respeto cuando otras personas puedan vernos −declaró<br />

Qing−jao−. Pero cuando estemos a solas, nada más que tú y yo, nos trataremos como iguales o te<br />

despediré.<br />

−¿La tercera condición?<br />

−Nunca revelarás a nadie ni una sola palabra de lo que te diga.<br />

El rostro de Wang−mu mostró claramente su ira.<br />

−Una doncella secreta no lo hace nunca. En nuestras mentes se colocan barreras.<br />

−Las barreras te ayudan a no decirlo, pero si quieres hacerlo, puedes sortearlas. Y hay quienes<br />

intentarán persuadirte para que hables.<br />

Qing−jao pensó en la carrera de su padre, en todos <strong>los</strong> secretos del Congreso que mantenía en la<br />

cabeza. No se <strong>los</strong> decía a nadie; no tenía nadie en quien confiar excepto, a veces, en Qing−jao. Si<br />

Wang−mu resultaba ser fiel, Qing−jao tendría a alguien. Nunca estaría tan solitaria como su padre.<br />

−¿Me comprendes? −preguntó−. Otras personas pensarán que te contrato como doncella secreta.<br />

Pero tú y yo sabremos que en realidad vienes a ser mi estudiante, y yo te traigo para que seas mi<br />

amiga.<br />

Wang−mu la miró, asombrada.<br />

−¿Por qué haces eso, cuando <strong>los</strong> dioses ya te han dicho cómo soborné al capataz para que me dejara<br />

estar en tu cuadrilla y no interrumpirnos mientras hablara contigo?<br />

Los dioses no le habían dicho nada de eso, por supuesto, pero Qing−jao tan sólo sonrió.<br />

−¿Por qué no piensas que tal vez <strong>los</strong> dioses quieran que seamos amigas?<br />

Avergonzada, Wang−mu dio una palmada y se rió con nerviosismo. Qing−jao cogió las manos de la<br />

muchacha y descubrió que estaba temblando. Así que no era tan atrevida como parecía.<br />

Wang−mu bajó la cabeza y Qing−jao siguió su mirada. Las manos estaban cubiertas de tierra y<br />

lodo, reseco ahora porque llevaban de pie mucho tiempo, sin tocar con ellas el agua.<br />

−Estamos muy sucias −observó Wang−mu.<br />

Hacía tiempo que Qing−jao había aprendido a no dar importan−cia a la suciedad de la labor<br />

virtuosa, para lo que no se requería ningún castigo.<br />

−He tenido las manos mucho más sucias que ahora. Ven conmigo cuando nuestra labor virtuosa<br />

haya terminado. Le contaré nuestro plan a mi padre, y él decidirá si puedes ser mi doncella secreta.<br />

La expresión de Wang−mu se agrió. Qing−jao se alegró de que su rostro no fuera tan inescrutable.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!