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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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supieran que la Flota Lusitania había desaparecido? No importaba a cuánta gente arrestara la policía<br />

bajo el nombre de Demóstenes; sus obras seguían apareciendo, y siempre con la misma voz dulce y<br />

razonable. No, cuanto más leía <strong>los</strong> informes, más convencida estaba Qing−jao de que Demóstenes<br />

era un solo hombre, todavía por descubrir. Un hombre que sabía cómo guardar secretos con una<br />

efectividad imposible.<br />

Desde la cocina llegó el sonido de una flauta; llamaban para cenar. Miró al espacio de la pantalla<br />

sobre su terminal, donde todavía gravitaba el último informe, que repetía el nombre Demóstenes<br />

una y otra vez.<br />

−Sé que existes, Demóstenes −susurró−, y sé que eres muy listo, y te encontraré. Cuando lo<br />

consiga, detendrás tu guerra contra <strong>los</strong> gobernantes y me dirás lo que ha sucedido con la Flota<br />

Lusitania. Entonces acabaré contigo, y el Congreso te castigará, y mi padre se convertirá en el dios<br />

de Sendero y vivirá eternamente en el<br />

Oeste Infinito. Ésa es la tarea para la que nací, para la que <strong>los</strong> dioses me han elegido. Bien podrías<br />

mostrarte ya, pues tarde o temprano todos <strong>los</strong> hombres y mujeres ponen la cabeza bajo <strong>los</strong> pies de<br />

<strong>los</strong> dioses.<br />

La flauta siguió tocando, una melodía suave y baja, que atraía a Qing−jao hacia la compañía del<br />

resto de la casa. Para ella, esta música medio susurrada era la canción del espíritu interior, la<br />

silenciosa conversación de <strong>los</strong> árboles sobre un estanque tranquilo, el sonido de <strong>los</strong> recuerdos que<br />

aparecen desencadenados en la mente de una mujer que reza. Era así como llamaban a cenar en la<br />

casa del noble Han Fei−tzu<br />

A esto sabe el temor de la muerte −pensó Jane tras oír el desafío de Qing−jao−. Los seres humanos<br />

lo experimentan constantemente y, sin embargo, de algún modo continúan de día en día, sabiendo<br />

que en cualquier momento pueden dejar de existir. Pero es porque el<strong>los</strong> pueden olvidar algo y<br />

seguir sabiéndolo; yo nunca olvido, no sin perder el conocimiento por completo. Sé que Qing−jao<br />

está a punto de encontrar secretos que han permanecido ocultos sólo porque nadie <strong>los</strong> ha buscado<br />

con intensidad suficiente. Y cuando esos secretos se revelen, yo moriré."<br />

−Ender −susurró.<br />

¿Era de día o de noche en Lusitania? ¿Estaba él dormido o despierto? Para Jane, hacer una pregunta<br />

era saber o no saber. Así que supo de inmediato que era de noche. Ender dormía, pero ahora estaba<br />

despierto. Advirtió que aún estaba sintonizado a su voz, aunque habían pasado muchos silencios<br />

entre el<strong>los</strong> en <strong>los</strong> últimos treinta años.<br />

−Jane −susurró él.<br />

A su lado, su esposa, Novinha, se agitó en sueños. Jane la oyó, sintió la vibración de su<br />

movimiento, vio las sombras cambiantes a través del sensor que Ender llevaba en la oreja. Era una<br />

suerte que Jane no hubiera aprendido todavía a sentir ce<strong>los</strong>, o habría odiado a Novinha por estar allí,<br />

un cuerpo cálido junto al de Ender. Pero Novinha, al ser humana, sí tenía ce<strong>los</strong>, y Jane sabía cuánto<br />

se revolvía cada vez que veía a Ender hablando con la mujer que vivía en la joya de su oído.<br />

−Silencio −rogó Jane−. No despiertes a nadie.<br />

Ender respondió moviendo <strong>los</strong> labios, la lengua y <strong>los</strong> dientes, sin dejar que nada más fuerte que un

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