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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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Qing−jao no sabía que <strong>los</strong> colegios podían ser así. Pensaba que <strong>los</strong> niños aprendían las mismas<br />

cosas que ella había aprendido de sus tutores. Pero comprendió de inmediato que Si Wang−mu<br />

debía de estar diciendo la verdad: un maestro con treinta estudiantes no podía enseñar todas las<br />

cosas que Qing−jao había aprendido como única estudiante de muchos maestros.<br />

−Mis padres son muy humildes −repitió Wang−mu−. ¿Por qué iban a perder el tiempo<br />

enseñándome más de lo que una sirviente necesita saber? Porque ésa es mi mayor esperanza en la<br />

vida, ser muy limpia y convertirme en sirviente en la casa de un hombre rico. Tuvieron mucho<br />

cuidado de enseñarme a limpiar un suelo.<br />

Qing−jao pensó en las horas que había pasado en <strong>los</strong> sue<strong>los</strong> de su casa, siguiendo las vetas en la<br />

madera de pared a pared. Nunca se le había ocurrido pensar cuánto trabajo era para <strong>los</strong> sirvientes<br />

mantener <strong>los</strong> sue<strong>los</strong> tan limpios y pulidos para que las túnicas de Qing−jao nunca se ensuciaran<br />

visiblemente, a pesar de lo mucho que se arrastraba.<br />

−Sé algo de sue<strong>los</strong>−dijo.<br />

−Sabes algo de todo −replicó Wang−mu amargamente−. Así que no me digas lo duro que es ser<br />

agraciada. Los dioses nunca me han dirigido un pensamiento, y te digo que eso es mucho peor.<br />

−¿Por qué no tuviste miedo de hablarme?<br />

−He decidido no tener miedo de nada −dijo Wang−mu−. ¿Qué podrías hacerme que sea peor de lo<br />

que ya es mi vida?<br />

"Podría hacer que te lavaras las manos hasta que sangraran todos <strong>los</strong> días de tu vida."<br />

Pero entonces algo se agitó en la mente de Qing−jao, y vio que la muchacha podría considerar que<br />

eso no era peor. Tal vez Wang−mu se lavaría alegremente las manos hasta que no quedara más que<br />

un amasijo sangrante de piel despellejada en <strong>los</strong> muñones de sus muñecas, con tal de aprender todo<br />

lo que ella sabía. Qing−jao se sentía oprimida por la imposibilidad de la tarea que su padre le había<br />

encomendado, aunque era una tarea que, tuviera éxito o fracasara, cambiaría la historia. Wang−mu<br />

consumiría toda su vida y nunca emprendería una sola tarea que no necesitara volver a ser hecha al<br />

día siguiente; toda la vida de Wang−mu se agotaría realizando trabajos que sólo serían advertidos o<br />

comentados si <strong>los</strong> hacía mal. ¿No era el trabajo de un sirviente casi tan carente de fruto, en el fondo,<br />

como <strong>los</strong> rituales de purificación?<br />

−La vida de un sirviente debe de ser dura −comentó Qing−jao−. Me alegro por tu bien de que no<br />

hayas sido contratada todavía.<br />

−Mis padres albergan la esperanza de que sea hermosa cuando me convierta en una mujer. Entonces<br />

conseguirán mejores condiciones en el contrato para ponerme a servir. Tal vez el mayordomo de un<br />

hombre rico me quiera como esposa; tal vez una dama rica me quiera como doncella secreta.<br />

−Ya eres hermosa−aseguró Qing−jao.<br />

Wang−mu se encogió de hombros.<br />

−Mi amiga Fan−liu está sirviendo, y dice que las feas trabajan más, pero <strong>los</strong> hombres de la casa las

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