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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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también su obediencia. Demóstenes advirtió a <strong>los</strong> mundos católicos y las minorías católicas de<br />

todas partes que el Congreso intentaba castigar al obispo de Lusitania por enviar misioneros a <strong>los</strong><br />

pequeninos para salvar sus almas del infierno. A <strong>los</strong> científicos, advirtió que el principio de<br />

investigación independiente estaba en juego: todo un mundo estaba bajo ataque militar porque se<br />

atrevía a preferir el juicio de <strong>los</strong> científicos del lugar al de <strong>los</strong> burócratas situados a muchos años luz<br />

de distancia. Demóstenes también advirtió a todo el mundo que la Flota Lusitania llevaba el Ingenio<br />

de Desintegración Molecular. Por supuesto, eso es obviamente una mentira, pero algunos lo<br />

creyeron.<br />

−¿Qué efectividad tuvieron esos ensayos? −preguntó el padre.<br />

−No lo sé.<br />

−Fueron muy efectivos. Hace quince años, <strong>los</strong> primeros ensayos enviados a las colonias fueron tan<br />

efectivos que casi provocaron una revolución.<br />

¿Una rebelión en las colinas? ¿Hacía quince años? Qing−jao sólo conocía un suceso así, pero nunca<br />

había advertido que tuviera nada que ver con <strong>los</strong> ensayos de Demóstenes. Se sonrojó.<br />

−Ésa fue la época de la Carta de la Colonia..., tu primer gran tratado.<br />

−El tratado no fue mío −objetó Han Fei−tzu−. El tratado pertenecía por igual al Congreso y las<br />

colonias. Gracias a él, se evitó un conflicto terrible. Y la Flota Lusitania continúa con su gran<br />

misión.<br />

−Escribiste cada palabra del tratado, padre.<br />

−Al hacerlo sólo expresé <strong>los</strong> anhe<strong>los</strong> y deseos que ya existían en <strong>los</strong> corazones de <strong>los</strong> hombres a<br />

ambos lados del problema. Fui sólo un escriba.<br />

Qing−jao inclinó la cabeza. Sabía la verdad, igual que todo el mundo. Fue el principio de la<br />

grandeza de Han Fei−tzu, pues no sólo escribió el tratado, sino que también persuadió a ambas<br />

partes para que lo aceptaran casi sin revisión. Incluso después de eso, Han Fei−tzu fue uno de <strong>los</strong><br />

consejeros en quienes el Congreso más confiaba: a diario llegaban mensajes de <strong>los</strong> más grandes<br />

hombres y mujeres de todos <strong>los</strong> mundos. Si él decidía considerarse un escriba en tan gran tarea, era<br />

solamente porque era un hombre de gran modestia. Qing−jao también sabía que su madre estaba ya<br />

muriéndose cuando él culminó todo aquel trabajo. Así era su padre, pues no dejó de prestar atención<br />

a su esposa ni a su deber. No pudo salvar la vida de su madre, pero sí las vidas que podrían haberse<br />

perdido en la guerra.<br />

−Qing−jao, ¿por qué dices que es obviamente una mentira que la flota lleve el Ingenio D.M?<br />

−Porque..., porque eso sería monstruoso. Sería como Ender el Xenocida, destruir un mundo entero.<br />

Tanto poder no tiene derecho ni razón de existir en el universo.<br />

−¿Quién te enseñó esto?<br />

−La decencia −dijo Qing−jao−. Los dioses crearon las estrellas y todos <strong>los</strong> planetas. ¿Quién es el<br />

hombre para destruir<strong>los</strong>?

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