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ENDER EL XENOCIDA Orson Scott Card - los dependientes

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− O tal vez pretendía emparejaras con <strong>los</strong> humanos.<br />

− Ahora está muerta. Fuera lo que fuese lo que tenía previsto, nunca sucederá.<br />

− ¿Qué tipo de vida habríais llevado, emparejadas con machos humanos?<br />

− Eso es repugnante.<br />

− ¿O dando a luz, tal vez, a la manera humana?<br />

− Bosta de tonterías.<br />

− Estaba solamente especulando.<br />

− Lo descolada ha muerto. Estáis libres de ella.<br />

− Pero nunca de lo que deberíornos haber sido. Creo que éramos inteligentes antes de que llegara<br />

la descolado. Creo que nuestra historia es más antigua que la nave que la trajo aquí. Creo que en<br />

alguna porte de nuestros genes está encerrado el secreto de lo vida pequenina de cuando<br />

habitábamos en <strong>los</strong> árboles, y no en estado larval en la vida de árboles inteligentes.<br />

− Si no tuvierais tercera vida, Humano, ahora estarías muerto.<br />

− Muerto ahora, pero mientras hubiera vivido podría haber sido no un mero hermano, sino un<br />

padre. Mientras hubiera vivido podría haber viajado a cualquier parre, sin preocuparme de<br />

regresar a mi bosque si esperaba aparearme alguna vez. Nunca habría permanecido dio tras día<br />

anclado en el mismo punto, viviendo mi vida a través de <strong>los</strong> relatos que me traen <strong>los</strong> hermanos.<br />

− ¿No os basta ser libres de la descolada? ¿Debéis quedar libres de todos sus consecuencias o no<br />

estaréis contentos?<br />

− Siempre estaré contento. Soy lo que soy, no importa cómo llegué a serlo.<br />

− Pero sigues sin ser libre.<br />

− Machos y hembras por igual todavía debemos perder nuestras vidas para transmitir nuestros<br />

genes.<br />

− Pobre tonto. ¿Crees que yo, la reina colmena, soy libre? ¿Crees que <strong>los</strong> padres humanos, cuando<br />

tienen hijos, vuelven a ser verdaderamente libres alguna vez? Si para vosotros vida significa<br />

independencia, una libertad para hacer completamente lo que queréis, entonces ninguna de <strong>los</strong><br />

criaturas inteligentes está vivo. Ninguno de nosotros es jamás completamente libre.<br />

− Echa raíces, amigo mía, y dime entonces lo poco libre que eras cuando todavía podías moverte.<br />

Wang−mu y el Maestro Han esperaban juntos en la orilla del río a unos centenares de metros de la<br />

casa, un agradable paseo a través del jardín. Jane les había dicho que alguien vendría a ver<strong>los</strong>, un<br />

visitante de Lusitania. Los dos sabían que eso significaba que habían logrado viajar más rápido que<br />

la luz, pero aparte de eso sólo<br />

podían asumir que su visitante debería haber llegado a una órbita alrededor de Sendero, y que<br />

vendría a ver<strong>los</strong> en una lanzadera. En cambio, una ridícula estructura de metal apareció en la orilla<br />

delante de el<strong>los</strong>. La puerta se abrió. Emergió un hombre. Un hombre joven, de grandes huesos,<br />

caucasiano, pero atractivo de todas formas. En la mano sostenía un tubo de cristal.<br />

Sonrió.<br />

Wang−mu nunca había visto una sonrisa así. Él la atravesó con la mirada como si poseyera su alma.<br />

Como si la conociera mucho mejor de lo que ella se conocía a sí misma.<br />

−Wang−mu −dijo amablemente−. Real Madre del Oeste. Y Han Fei−tzu, el gran Maestro de<br />

Sendero.<br />

Inclinó la cabeza. Los dos repitieron el gesto.<br />

−Mi misión aquí es breve −anunció. Tendió la ampolla al Maestro Han−. Aquí está el virus. En

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